
Arturo Pérez Reverte y los desastres de la guerra
El 25 de noviembre celebramos un nuevo aniversario del nacimiento del escritor español Arturo Pérez-Reverte. Sus inicios como escritor fueron dentro del periodismo donde, durante muchos años, trabajó como corresponsal de guerra participando de cruentas y sangrientas contiendas que dieron origen a varias de sus novelas.
Tras 21 años de ir y venir entre balas, decide dedicarse de lleno a la narrativa y, en especial, a la novela histórica en la que, además de ficcionalizar sucesos puede ahondar acerca de la naturaleza misma del hombre. Y esto lo deja en claro -de una u otra manera- cada vez que se le pregunta acerca del tema o el origen de sus textos:
«Mi novela habla de los seres humanos; ahí la frontera entre buenos y malos no está tan clara.»

Los desastres de la guerra
La primer novela en la que plasma una visión acerca de la guerra es «Territorio comanche«. En ella, el autor narra las diferentes situaciones
a las que se enfrentan los reporteros de guerra para buscar y obtener la información en bruto, elaborarla y emitirla. Tributo a los periodistas muertos en batalla, intenta reflejar todo el trabajo de los corresponsales capaces de arriesgar hasta la propia vida para dar una noticia. Además, realiza una especie de catarsis acerca de los efectos de la guerra: el horror que se vive en y a partir de ella; y la raza humana que está en permanente conflicto, no aprende y no se cansa de ser brutal consigo misma. Por otro lado, en este libro, el escritor aprovecha para denunciar una demanda hecha contra su persona acerca de sus gastos como corresponsal de guerra.

Otra de sus novelas en las que se explicitan los horrores de la guerra es «Línea de fuego«. El libro, que se lanzó en octubre de este año, narra un episodio de la batalla del Ebro en la que hombres y mujeres combaten en ambos mandos en los frentes de la contienda. La batalla del Ebro fue la más dura y sangrienta y Pérez- Reverte construye, a partir de ella, un relato para recuperar la memoria colectiva.
Acerca de este lanzamiento y su participación como reportero en más de una quincena de conflictos armados, el escritor español dijo:
«Cubrí varias de ellas como reportero, y hay un momento en que descubres que una guerra civil no es la lucha del bien contra el mal… Sólo el horror enfrentado a otro horror.»
En esta ocasión, PAMA comparte un fragmento de la novela «Territorio comanche»
«Arrodillado en la cuneta, Márquez tomó foco en la nariz del cadáver antes de abrir a plano general. Tenía el ojo derecho pegado al visor de la Betacam, y el izquierdo entornado, entre las espirales de humo del cigarrillo que conservaba a un lado de la boca. Siempre que podía, Márquez tomaba foco en cosas quietas antes de hacer un plano, y aquel muerto estaba perfectamente quieto. En realidad no hay nada tan quieto como los muertos. Cuando tenía que hacerle un plano a uno, Márquez siempre accionaba el zoom para enfocar a partir de la nariz. Era una costumbre como otra cualquiera, igual que las maquilladoras de estudio empiezan siempre por la misma ceja. En Torrespaña eran famosas las tomas de foco de Márquez; los montadores de vídeo, que suelen ser callados y cínicos como las putas viejas, se las mostraban unos a otros al editar en las cabinas. No te pierdas ésta, etcétera. Junto a ellos, los redactores becarios palidecían en silencio. No siempre los muertos tienen nariz.
Aquel tenía nariz, y Barlés dejó de observar a Márquez para echarle otro vistazo. El muerto estaba boca arriba, en la cuneta, a unos cincuenta metros del puente. No lo habían visto morir, porque cuando llegaron ya estaba allí; pero le calculaban tres o cuatro horas: sin duda uno de los morteros que de vez en cuando disparaban desde el otro lado el río, tras el recodo de la carretera y los árboles entre los que ardía Bijelo Polje. Era un HVO, un jáveo croata joven, rubio, grande, con los ojos ni abiertos ni cerrados y la cara y el uniforme mimetizado cubiertos de polvillo claro. Barlés hizo una mueca. Las bombas siempre levantan polvo y luego te lo dejan por encima cuando estás muerto, porque ya no se preocupa nadie de sacudírtelo. Las bombas levantan polvo y gravilla y metralla, y luego te matan y te quedas como aquel soldado croata, más solo que la una, en la cuneta de la carretera, junto al puente de Bijelo Polje. Porque lo muertos además de quietos están solos, y no hay nada tan solo como un muerto. Eso es lo que pensaba Barlés mientras Márquez terminaba de hacer su plano.
Dio unos pasos por la carretera, en dirección al puente. El paisaje habría sido apacible de no ser por los tejados en llamas entre los árboles del otro lado del río, y la humareda negra suspendida entre cielo y tierra. A este lado había un talud que bajaba hasta la linde de un bosque, unos campos anegados a la izquierda, y la carretera que hacía una curva cien metros más allá, junto a la granja donde estaba el Nissan. En cuanto al puente, consistía en una antigua estructura metálica milagrosamente intacta después de tres años de guerra, de esas que tienen dos grandes arcos de acero para sostener la pasarela. A Barlés le recordaba uno semejante, de hojalata, que tuvo de niño, con la vía férrea de un tren eléctrico.»
Arturo Pérez-Reverte