
Zanlungo y un texto para Maradona
La partida de Diego Armando Maradona llenó tristeza al mundo, no solo, del fútbol. Él fue un ídolo, algo que excede toda lógica. La idolatría hace entrar en juego a la pasión y cuando ella irrumpe, sin lugar a dudas, entra a tallar el amor.
Y dicen los que saben que las manifestaciones populares llegan de la mano del sentir más que del pensar. Nada o todo lo que se escriba podrá servir para poder entender el vínculo entre algunas personas con «El 10», con el «jefe espiritual del fútbol», con el «Barrilete cósmico», con «Pelusa». Él se mostró como era: imperfecto. Los demás intentamos verlo perfecto, genio e inmortal.
En este especial dedicado a Maradona intentaremos plasmar algunos de los textos que nacieron de la mano de algunos artistas argentinos. En esta oportunidad, Estela Zanlungo.

Un empleado recién ascendido a jefe de sección, un kioskero que tira la pared para ampliar el bolichito, un profesional con diploma de la UBA en la pared, una peluquera de barrio que domina la técnica del brushing, una modista de mitad de cuadra, una maestra de tercero B, un comprador de ambiente contrafrente, un plomero que cobra como si fuera cirujano, un ama de casa con marido vendedor de seguros, un policía de uniforme y arma reglamentaria, un poeta que rima versos con pájaros y picos y los recita impostando la voz, uno que compra cien gramos de jamón crudo con los últimos mangos hasta que salga algo, un portero de edificio en Recoleta que acaba de apilar la basura en el canasto, una que toma sol en la terraza, un gasista matriculado que hace cuentas para ir diez días a Pinamar, un taxista que se baja del tacho con el culo cuadrado después de doce horas, una familia que sueña con volver a Disney, un runner con unas topper carísimas que te pasa por al lado con la cabeza erguida como si te mirara desde un faro, todos, la mayoría de nosotros con sangre de abuelos que cruzaron el mar, famélicos, apilados por meses en la mugre de un barco.
Los hijos de Rothchild, herederos de las mejores casas del planeta, con sus pequeños logros, sus éxitos, sus miserias cool, su macetita en el balcón, sus take away, su Lanús Municipio, así como si dijera New York City mientras eluden los baches del conurbano sur, grandes como palanganas.
Y D10S ahí llevado en andas, saludado por jefes de estado, estacionándole un camión con acoplado en la puerta a la mantenida de un mafioso, diciendo éste soy yo, sabés qué jugador hubiera sido, sin un alarde de eso que no se compra con la de plástico, sabiendo quién fue, de dónde vino, tocada de qué barro venía la pelota que el pibe pararía de pechito en el potrero, sin una mancha, alta en el cielo.
Estela Zanlungo
