«Todo escritor que crea es un mentiroso. La literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad. Recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación».
Juan Rulfo

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació un 16 de mayo de 1917 en Apulco y murió un 7 de enero de 1986 en Ciudad de México. Escritor, fotógrafo y guionista que perteneció a la denominada Generación del ’52, o Generación de la Ruptura. Si bien su obra no fue muy extensa, Rulfo experimenta en su narrativa de tal forma que lo convierten en uno de los precursores del Realismo Mágico. Dos de sus grandes textos dan cuenta de ello. El primero, El llano en llamas, de 1953, es una serie de cuentos que podrían ser considerados como un gran prólogo de lo que sería su gran obra: la novela Pedro Páramo. Haciendo uso de recursos como el monólogo interior, la alternancia de los puntos de vista entre distintos personajes, los saltos cronológicos, la alusión a lo onírico, los recuerdos de los personajes, crea un universo en el que coexisten lo fantástico y lo real.
La literatura social de Rulfo
A propósito del contenido trabajado en su obra, Rulfo ha manifestado alguna vez:
«Somos países con problemas sociales terribles, de contrastes tremendos entre la gran riqueza y la gran pobreza. Entonces, escribir una novela que no tenga aspecto social es salirse un poco de la realidad, ya sea literaria o de la realidad o de la creación literaria».
Juan Rulfo

Y es así que sus historias muestran la realidad de los personajes que viven en escenarios rurales y que están atravesados por pobreza, falta de oportunidades, soledad, guerra, dolor y muerte.
Rulfo, el enemigo de la adjetivación
Juan Rulfo estaba convencido de que el uso desmesurado de adjetivos le hacía daño a la literatura. En efecto, en una entrevista que le realizó Martín Caparrós -en una de sus visitas a Argentina para la Feria Internacional del Libro- dijo:
«Yo soy enemigo de los adjetivos. Cuando yo estaba estudiando literatura nos imponían mucho a Pereda, que era uno de los caballitos de batalla de los maestros de literatura. Pereda usaba a veces hasta seis u ocho adjetivos para un solo sustantivo. Y el sustantivo es la sustancia del lenguaje y el adjetivo pues es un adorno, una cosa superficial. Entonces… yo luché mucho y combatí mucho al adjetivo, la adjetivación la odio… Pero fue por eso, llegué a odiar hasta la literatura porque nos imponían el adjetivo como norma. En la literatura española de esa época, que era la mayor influencia que teníamos, pensaban que sin el adjetivo no había ornato, no había esplendor en las letras, ¿no?»
Entonces, la elección del título de su novela no fue casual. Pasó por nombres diferentes; pero, aún así, ninguno contenía adjetivos («Un cuento», «Una estrella junto a la luna», «Los murmullos» y «Comala»). Finalmente, luego de varias entregas de la novela en partes, llegó a la versión final: «Pedro Páramo» (construcción que da nombre a uno de los personajes y que está formada por dos sustantivos).

En Pedro Páramo, Juan Preciado, el protagonista, llega a la fantasmagórica aldea de Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, al que no conoce. Las voces de los habitantes le hablan y reconstruyen el pasado del pueblo y de su cacique, el temible Pedro Páramo. La multiplicidad de voces -las de los difuntos- arman el relato y, a partir de ellas, Preciado puede advertir que en realidad todos los aldeanos han muerto, y muere él también. Susana es una de las pueblerinas que, en su lecho mortuorio, descansa y recuerda:
Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.
Fragmento de Pedro Páramo
Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño… Creo sentir la pena de su muerte…
Pero esto es falso.
Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.
Siento el lugar en que estoy y pienso…
Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio.
El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.
Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época.
En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. Me acuerdo. Mi madre murió entonces.
Que yo debía haber gritado; que mis manos tenían que haberse hecho pedazos estrujando su desesperación. Así hubieras tú querido que fuera. Pero ¿acaso no era alegre aquella mañana? Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la yedra. En mis piernas comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias al tocar mis senos. Los gorriones jugaban. En las lomas se mecían las espigas. Me dio lástima que ella ya no volviera a ver el juego del viento en los jazmines; que cerrara sus ojos a la luz de los días. Pero ¿por qué iba a llorar?

Rulfo y su decisión de abandonar las letras
Durante la década del ’70, y ya consagrado como uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX, Juan Rulfo decide abandonar la escritura. Existen varias explicaciones en torno a ello. La primera cuenta que se debió a la muerte de su tío Celerino con quien recorrió infinidades de pueblos mientras le contaba historias de carácter fantasioso. Otra es que el autor se sumía en una profunda tristeza cuando rememoraba historias que le habían provocado mucho dolor. El hecho de no escribir tampoco le ayudó a salir a flote, ya que se entregó a la bebida y pareció dejarse vencer por sus propios fantasmas. Por otro lado, la crítica negativa lo afectaba mucho y ya no pudo vivir la creación literaria como algo suyo sino como un acto de voluntad que se tiene hacia los otros.
Unos años antes de su deceso (tres para ser precisos), Rulfo opina respecto a la muerte: “Los latinoamericanos están pensando todo el día en la muerte, hasta para despedirse en la noche dicen ‘Dios mediante’ o ‘si Dios nos da vida’, dicen ‘Hasta mañana si Dios nos da vida’. Porque siempre conviven con la muerte”. Pedro Páramo también habla de la muerte -y los muertos de ella-:
«La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas».
«¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido».
Producción: Carolina Bregy
Para conocer más sobre Juan Rulfo como fotógrafo podés visitar «100 Fotografías de Juan Rulfo» y «El gran Juan Rulfo como el fotógrafo que pocos conocemos«