Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, el 7 de abril de 1889 y murió un 10 de enero de 1957 en la ciudad de Nueva York.
Su nombre era Lucila de María Godoy Alcayaga pero en 1914 -y luego de pasar por los seudónimos «Soledad» y «Nadie– se renombra como Gabriela Mistral (formado a partir de dos autores admirados: el italiano Gabriele D’Annunzio y el poeta provenzal Frédéric Mistral) con el fin de presentar su colección de poemas titulada «Sonetos de la muerte» a los Juegos Florales de Santiago, concurso organizado por la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile. Para el mismo evento también envía «Estaciones» con el seudónimo Alejandra Frussler (protagonista de la novela Stella de la escritora argentina Emma de la Barra). Sin embargo, el primer premio se lo lleva Gabriela. A partir de ese momento siempre será Gabriela Mistral.
La gran maestra
«Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
(…)
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
(…)
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.»
Estrofas de la poesía «La oración de la maestra» de Gabriela Mistral
Gabriela Mistral, artista de familia
Quizás la decisión de formarse como maestra y escritora la toma a partir de su padre, Juan Jerónimo Godoy: un profesor de escuela con una sólida formación en latín, griego, filosofía, literatura y teología. Godoy también escribe versos, como los le que dedica a su hija al nacer: ¡Oh dulce Lucila / que en días amargos / piadosos los cielos / te vieron nacer!
Otra de sus fuentes de inspiración fue su madre, Petronila Alcayaga, modista y bordadora, quien la arrullaba y tranquilizaba con canciones de cuna -composiciones que adquirirán protagonismo en su libro Ternura.

Agresiones, abandonos y traumas
En 1892 Godoy abandona definitivamente a su familia por encontrarse sin trabajo como docente y no poder mantener el hogar. Petronila decide establecerse con Lucila en Montegrande, aldea en la que vive su otra hija, Emelina Molina Alcayaga —quince años mayor que Lucila y fruto de un matrimonio anterior—, que ejerce en el pueblo como maestra rural.
Es con Emelina que la escritora recibe las primeras enseñanzas; entre ellas, aprende a leer.
En 1900 Mistral abandona su hogar e ingresa en la Escuela Superior de Niñas de Vicuña. En una oportunidad, sus compañeras la apedrean a la salida de la escuela acusándola de haber robado unos cuadernos. A partir de esa experiencia traumática -y por unos años- comienza su educación autodidacta.

Ma(ig)stral. Docente a los catorce años
Con tan sólo 14 años, comienza a desempeñarse como maestra de manera informal, ya que su solicitud para ingresar a la Escuela Normal de La Serena -donde se encontraba viviendo- es rechazada por ideas consideradas impropias (por «ateas y revolucionarias») para la educación de los niños.
Durante siete años se desempeña como docente rural en diferentes escuelas pertenecientes a diversas localidades chilenas, hasta que en 1910 rinde el examen en la Escuela Normal N°1 de niñas de Santiago que la consagrará finalmente como lo que siempre fue: una gran maestra.
Es llamada, en 1914, para desempeñarse como inspectora y profesora de Castellano y Geografía en el colegio de Los Andes, cercano a la capital chilena. Aquí puede dedicarse plena y felizmente a su carrera como docente y escritora.
Gabriela y su obra
En 1945, Gabriela recibió el Premio Nobel de Literatura. Años después de este reconocimiento de carácter universal en Chile se le otorgó el Premio Nacional de Literatura en 1951.
La obra de Gabriela Mistral pasó por distintos momentos. En su libro Desolación existe un fuerte predomino del sentimiento sobre el pensamiento, a la vez que una cercanía muy estrecha con lo religioso. Los temas que aparecen en esta obra están relacionados con los que titulan sus partes: la educación, el dolor que originan las pérdidas y la muerte, la naturaleza, la maternidad, el amor filial y la vida misma.
¡Oh! ¡no! Volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!
(Fragmento del poema «Volverlo a ver»)
Poesías para niños, y no tanto
Su segundo libro Ternura contiene composiciones, poesías o canciones para niños y en él se advierte una poética humana y sencilla. El tema principal que aborda el poemario es la pérdida de la infancia. Sin embargo, a pesar de la sencillez y la calidez que lleva intrínsecas este tipo de poemas, la escritora se permite algunas rupturas vanguardistas. Dedicado a su madre y hermana, está dividido en siete secciones: Canciones de Cuna, Rondas, Jugarretas, Cuenta-Mundo, Casi Escolares, Cuento y Anejo.
Ha bajado la nieve, divina criatura,
el valle a conocer.
Ha bajado la ni eve, mejor que las estrellas.
¡Mirémosla caer!
Viene calla-callando, cae y cae a las puertas
y llama sin llamar.
Así llega la Virgen, y así llegan los sueños.
¡Mirémosla llegar!
(Fragmento del poema «Mientras baja la nieve»)

Mistral y su grito indigenista y americanista
Con Tala (1938), por su parte, Gabriela Mistral inauguró una línea de expresión neorrealista que afirma valores del indigenismo, del americanismo y de las materias y esencias fundamentales del mundo.
¡Cordillera de los Andes,
Madre yacente y Madre que anda,
que de niños nos enloquece
y hace morir cuando nos falta;
que en los metales y el amianto
nos aupaste las entrañas;
hallazgo de los primogénitos,
de Mama Ocllo y Manco Cápac,
tremendo amor y alzado cuerno
del hidromiel de la esperanza!
(Fragmento de «Cordillera»)
Lagar (1954) es el último libro que publicó en vida. En esta obra estarían presentes todas las muertes, las tristezas, las pérdidas y el sentimiento de su propio fin.
Una en mí maté:
yo no la amaba.
Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego;
nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía
a pies y a espaldas
y no bajaba nunca
a buscar «ojos de agua».
Donde hacía su siesta,
las hierbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.
(Fragmento de «La otra»)
Gabriela Mistral abandona este mundo un 10 de enero dejando un legado poético único y magistral.
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar.
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale el decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!
Gabriela Mistral
(Amo Amor)