Hace cinco años que nos abandonó el semiólogo, filósofo y escritor italiano Umberto Eco (1932-2016), pero parece una eternidad. Para muchos fue una de las mentes más brillantes de la Modernidad. Y factiblemente no estén equivocados. Eco brilló en cada una de las aventuras artísticas que se propuso: fue un destacado periodista, ensayista, novelista. También dejó su huella en la Semiología y la Filosofía, dos de sus grandes pasiones.
Umberto Eco nació en la Italia fascista, en la ciudad de Alessandria, próxima a Turín, en 1932. Era hijo de Giovanna Bisio y de Giulio Eco, un hombre dedicado a los números y a los negocios. Era contador y comerciante.
Durante gran parte de su vida Umberto, que se crió en un pequeño pueblo piamontés, recibió educación salesiana. Y como era de esperarse, formó parte activa de los movimientos juveniles de Acción Católica. Tras terminar sus estudios secundarios se trasladó a Turín para continuar con la carrera de Derecho (en respuesta al mandato paterno) pero, a poco de haber empezado, entendió que su destino le tenía deparado otro trayecto. Fue así que al tiempo estaba dejando el mundo de las Leyes para abrazar las Letras y la Filosofía. En 1954 se doctoró con una tesis sobre el filósofo Tomás de Aquino. Dos años más tarde Eco estaba terminando lo que iba a ser tu primer libro: «El problema estético en Santo Tomás«.
Al poco tiempo Eco diría que Santo Tomás de Aquino tuvo mucho que ver con su descreimiento progresivo y su abandono de la Iglesia Católica. Y esto lo ponía de manifiesto con una nota irónica que rezaba:
“Se puede decir que él, Tomás de Aquino, me haya curado milagrosamente de la fe”.
Umberto Eco
«El nombre de la rosa»: el best seller de Eco
En 1978, Eco comenzó a escribir su primera novela. Sin dudas, «El nombre de la rosa» fue su obra bisagra. Ella marcó un antes y un después. Con ese título Eco no sólo debutó en este género literario sino que, además, vendió más de catorce millones de copias, fue traducido a más de cien idiomas y llevado al cine de la mano del director francés Jean-Annaud y protagonizada por Sean Connery, en 1986.
La novela, publicada en 1980, se convirtió rápidamente en un fenómeno de grandes dimensiones. Gran parte de su éxito se debió a que gracias a sus apostillas explicativas logró derribar las supuestas barreras de historia erudita, culta y medieval que le habían signado algunos críticos.
En esta obra Umberto deja de manifiesto su gran admiración por Jorge Luis Borges. La novela toma su nombre de un poema del escritor argentino, así como el personaje del monje ciego que custodia la voluminosa biblioteca: Jorge de Burgos.
«Todos me preguntaban por qué mi Jorge evoca por el nombre a Borges, y por qué Borges es tan malvado. No lo sé. Quería un ciego que custodiase una biblioteca (me parecía una buena idea narrativa), y biblioteca más ciego sólo puede dar Borges. También porque las deudas se pagan.»
Eco, Umberto: «Apostillas o «El nombre de la rosa», Barcelona, Lumen, 1984
Para muchos críticos y estudiosos de la obra de Eco «El nombre de la rosa» estaría influenciado fuertemente por el cuento policial de Jorge Luis Borges: «La muerte y la brújula«. En ambos textos se narra la sucesión periódica de una serie de muertes de acuerdo con un plan determinado.
Parecería existir una analogía entre el cuento policial de Borges y «El nombre de la rosa»:el intento de llegar a descubrir la verdad de unos asesinatos, gracias a unos indicios muy variados. Ambos textos presentan muertes misteriosas ocurridas con intervalos periódicos, un laberinto en cuyo interior se refugia el responsable de los asesinatos, un detective que descubre la verdad a través de indicios y el fracaso del intento, por parte del detective, de atrapar al culpable de las muertes.
Un camino de éxitos similar recorrió «El péndulo de Foucault«, libro centrado en un grupo de trabajadores de una editorial de Milán que se ven inmersos, entre otras organizaciones secretas, en los enigmas de los Templarios, desarrollando el asunto con un lenguaje erudito y una intrincada trama. Esta novela se publicó ocho años más tarde que «El nombre de la rosa«. La tercera novela suya fue «La isla del día antes» (1984), y a ella le siguieron «La misteriosa llama de la reina Loana» (2005) y «El cementerio de Praga» (2010). Su última novela fue publicada un año antes de su muerte, en 2015, y llevó el título de «Número Cero», un claro cachetazo al periodismo.
Ecos de la muerte de Umberto
Con su partida el mundo intelectual y de las letras quedó huérfano de una de las mentes más lúcidas de los últimos tiempos. Eco fue un observador curioso y crítico del mundo que habitaba y que a lo habitaba. Umberto falleció un 20 de febrero de 2016, en la ciudad de Milán. Los medios de comunicación italianos titularon tras su muerte: “Italia está de luto”, “Ahora somos más pobres”, “Se fue el hombre que lo sabía todo”
En alguna oportunidad Umberto Eco afirmó: «el que no lee, a los 70 años habrá vivido sólo una vida. Quien lee habrá vivido 5000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. El escritor italiano falleció a los 84 años y en la biblioteca de su casa de Milán había más de 35.000 títulos. Tomando su metáfora, seguramente vivió más de 20.000 años o quizá más.
Para seguir disfrutando a Eco
Actualmente, a cinco años de su muerte, se puede encontrar en la mesa de novedades de las principales librerías del país un libro titulado «Cómo viajar con un salmón«. Este trabajo reúne una serie de columnas periodísticas que presentan de manera atractiva y risueña la visión fresca y atrevida de un erudito que jamás dejó de cuestionarse tanto los «supuestos» avances tecnológicos como su lugar en el mundo. El libro que llegó de la mano del sello editorial Lumen es según el Corriere della Sera: «un manual de uso para los pequeños desafíos cotidianos».
En este libro el lector se encontrará con las columnas que Eco escribió, desde 1986, para la revista L’Espresso. En un inicio fueron publicadas bajo el título de «Segundo diario mínimo«. Allí intentaba explicar -con lucidez y un hilarante sentido del humor- temas tan triviales como las películas pornográficas, los canet de conducir, los teléfonos móviles. Además, intenta sugerir «cómo castigar al que practica spam», «cómo hacer filosofía en casa», «cómo poner puntos suspensivos» o «cómo hacer un uso apropiado de los taxistas».
(…) «El taxista italiano se divide en tres categorías. El que expresa sus opiniones a lo largo de todo el trayecto; el que calla crispado y comunica su misantropía a través de la conducción, y el que resuelve sus tensiones en pura narratividad y cuenta lo que le ha pasado con un cliente. Se trata de tranches de vie desprovistas de cualquier significado parabólico y que de contarlas en el bar, obligarían al camarero a poner en la calle al individuo narrador diciendo que es hora de irse a la cama».
Fragmento de la columna titulada «Cómo usar a un taxista«, del libro «Cómo viajar con un salmón«, de Umberto Eco
En el libro algunos críticos encuentran gestos de Julio Cortázar y de su «Manual de instrucciones». Otros observan rastros de Woody Allen. Pero lo cierto que estos textos -reunidos en esta obra reunida y curada por el propio Eco, antes de su muerte- llevan su inconfundible sello.
Fragmento de «El nombre de la rosa»
Que Dios, la Beata Virgen y todos los santos del Paraíso me asistan ahora en el relato de lo que entonces me sucedió. El pudor, y la dignidad propia de mi condición (de monje ya anciano en este bello monasterio de Melk, ámbito de paz y de serena meditación), me aconsejarían atenerme a la más pía prudencia. Para preservar tanto mi propia paz como la de mi lector, debería limitarme a decir que me sucedió algo malo, pero que no es decente explicar en qué consistió.
Pero me he comprometido a contar, sobre aquellos hechos remotos, toda la verdad, y la verdad es indivisible, resplandece con su propia luz, y no admite particiones dictadas por nuestros intereses y por nuestra vergüenza. El problema consiste más bien en contar lo que sucedió, no como lo veo y lo recuerdo ahora (aunque todavía lo recuerde todo con implacable intensidad, sin saber si aquellos hechos y pensamientos quedaron grabados con tanta claridad en mi memoria por el acto de contricción que vino después, o por la insuficiencia de este último, de modo que aún sigo torturándome, evocando en mi mente dolorida hasta el más mínimo detalle de aquel vergonzoso acontecimiento), sino tal como lo vi y lo sentí entonces. Y si puedo hacerlo, con fidelidad de cronista, es porque cuando cierro los ojos, soy capaz de repetir no sólo todo lo que en aquellos momentos hice, sino también todo lo que pensé, como si estuviese copiando un pergamino escrito en aquel momento. De modo que así debo hacerlo, y que San Miguel Arcángel me proteja: pues para edificación de los lectores futuros, y para flagelación de mi culpa, me propongo contar ahora cómo puede caer un joven en las celadas que le tiende el demonio, para que éstas puedan quedar en evidencia y ser descubiertas, y para que quienes cayeren en ellas puedan desbaratarlas.
Se trataba, pues, de una mujer. ¡Qué digo!, de una muchacha. Como hasta entonces mi trato con los seres de ese sexo había sido limitado (y gracias a Dios siguió siéndolo en lo sucesivo), no sé qué edad podía tener. Sé que era joven, casi adolescente, quizá tuviese dieciséis años o dieciocho primaveras, o quizá veinte, y me impresionó la intensa, concreta, humanidad que emanaba de aquella figura. No era una visión, y en todo caso me pareció valde bona. Tal vez porque temblaba como un pajarillo en invierno, y lloraba, y tenía miedo de mí».
Umberto Eco
(Fragmento del capítulo «Tercer día / Después de completas»)