Wilhelm Carl Grimm nació el 24 de febrero de 1786, en la ciudad de Hanau, Alemania y falleció un 16 de diciembre de 1859. Junto con su hermano Jacob Ludwig Karl Grimm -un año mayor que él- dedicaron parte de su vida a recopilar cuentos populares.
Antes de la invención de la imprenta, la literatura se desarrollaba de manera oral: miles y miles de historias llegaban a oídos de la humanidad por aquellos que, por diferentes razones, se ocupaban de transmitir relatos, mitos, leyendas y proverbios. De esta manera la transmisión oral daba origen a la identidad de los pueblos, a su tradición, cultura y por qué no a la conformación de la memoria colectiva.
Una de las motivaciones de la cosmovisión del Romanticismo alemán -movimiento al que pertenecieron Goethe, Schiller y Kant, entre otros- era rescatar la esencia del espíritu nacional. Los hermanos Grimm estudiaron profundamente el folklore de su región, poniendo énfasis en registrar las narraciones orales pueblerinas que iban desapareciendo con la llegada de nuevas tecnologías.
Es así que en 1812 publicaron la primera edición de los Cuentos de la infancia y del hogar (Kinder und Hausmärchen). Ni bien Wilhelm y Jacob comenzaron a incursionar en los cuentos notaron que éstos formaban parte del pasado alemán del que no se podía prescindir. De hecho para ellos estos textos de apariencia humilde eran sumamente importantes para comprender aún más a fondo la poesía, la mitología y la historia de Alemania.

Las mujeres que contaban historias a los hermanos
A finales de 1806 y comienzos de 1807, los hermanos estaban trabajando ya en la recopilación de los textos. Inicialmente se apoyaron en relatos orales. Rastreaban y buscaban nuevos relatores, sobre todo mujeres mayores del campo.
En uno de los ejemplares del primer volumen, Wilhelm Grimm anotó los nombres de los informantes y entre ellos está su mujer, Dorothea, que entonces tenía 16 años, a la que escuchó alrededor de una docena de cuentos. Otras personas de las que recogió cuentos para ese primer volumen fueron una hermana de Dorothea, Gretchen, y de la madre de éstas. Además Jeanette Hassenplug, amiga de Dorothea, era una magnífica narradora y de ella provienen también algunos de estos cuentos, entre ellos «Barba Azul» y «El gato con botas«.
Así pues, la mayoría del material de los cuentos fue aportado exclusivamente por mujeres. El hecho es relevante, ya que muchas de ellas habían recibido una educación afrancesada, ya sea por su claro origen hugonote o porque por aquel entonces estaba de moda educar en la cultura francesa a las hijas de las clases más distinguidas de la sociedad.
Es por ello que algunos de los cuentos transmitidos por estas mujeres fueron, en realidad, versiones de los cuentos de hadas franceses, que habían llegado a Alemania a través de las colecciones de madame D’Aulnoy y otras, y eran utilizados con frecuencia para que los niños aprendieran la lengua del país vecino. Pero más importante es el hecho de que las narradoras de los cuentos no fueron precisamente campesinas, sino mujeres de la alta burguesía y con una buena formación.
Los cuentos en un principio estaban destinados a un público adulto. Pero, a medida que pasaban por diversas censuras en las ediciones y para satisfacer las exigencias del público burgués, se dedicaron a refinar y suavizar sus textos.
Sería a partir de 1825 cuando alcanzarían mayores ventas, al conseguir la publicación de la Kleine Ausgabe (Pequeña Edición) de 50 relatos con ilustraciones fantásticas de su hermano Ludwig. Ésta era una edición condensada destinada para lectores infantiles. Entre 1825 y 1858 se publicarían diez ediciones de esta Pequeña Edición.

La verdadera historia de Blancanieves
El cuento clásico que llegó a nuestros oídos fue que Blancanieves vivía en un castillo con su madrastra. Ésta envidiaba tanto a la joven por su belleza que mandó a un cazador a que la matara. Pero éste fue incapaz de tan ruin acción que le dijo a la joven que huyera por el bosque. Allí convivió con siete simpáticos enanitos que la cuidaban y protegían de las adversidades.
Cuando la madrastra se enteró por su espejo que la niña seguía viva, fue a buscarla y, tras varios intentos fallidos, consiguió asesinarla al morder una manzana envenenada. Al verla muerta, los enanitos la colocaron en un ataúd de cristal hasta que un día un joven príncipe la descubrió la besó y… final feliz para ellos.
En realidad, la historia se basa en la vida de María Sofía Margarita Katerina Boneta, una niña que nació en Alemania en 1729 en el seno de una familia muy acomodada. Cuando era muy pequeña tuvo viruela y, como consecuencia de la enfermedad, quedó prácticamente ciega. A la edad de siete años su madre falleció y dos años más tarde la tragedia fue mayor ya que su padre contrajo matrimonio con una condesa quien se ocupó de menospreciar a la joven María. Por el contrario, trataba muy bien a sus hijos legítimos. Para la madrastra la joven merecía su rechazo por ser buena, bella y tierna.
Para celebrar las nupcias el padre de María le regaló a la condesa un espejo hecho con cristales de la región. Este obsequio no decía quién era la más bella del reino pero sí -por efectos de la reverberación- repetía lo que cualquiera que se reflejara en él dijera en voz alta.
Mientras tanto, la joven María se ocupaba de cuidar y proteger a los niños desnutridos y envejecidos por el trabajo que realizaban en las minas de hierro (he aquí los 7 enanitos). Su bondad y caridad hicieron que fuera muy querida por los habitantes del pueblo. Por eso, cuando murió le construyeron un ataúd con muchas piezas de cristal. Sin embargo, no hubo beso de príncipe, ni perdices ni final feliz para la Blancanieves real. Y el final de la madrastra no coincide con ninguna de las versiones. La más llamativa es la que idearon los hermanos Grimm donde la bruja (o sea, la madrastra) fue castigada por sus acciones a calzarse zapatos de metal ardientes y bailar hasta morir.

La cruel historia de Cenicienta
Esta versión tiene su origen en China y está protagonizada por una bella joven llamada Yeh Shen. Poseedora de una cualidad muy preciada y símbolo de la belleza: los pies diminutos. A las jóvenes se les vendaban los pies -en muchos casos hasta se le quebraban los dedos- para que no crecieran y se ajustaran mejor a los pequeños zapatos. Vivía con dos jóvenes hermanastras que le hacían la vida imposible. Cuando fueron invitadas al baile en la corte del emperador, a Yeh Shen no le permitieron asistir. Tampoco tenía qué vestir pero utilizó un pez mágico cuyas espinas concedían deseos para que los espíritus la vistieran y la llevaran al baile. Resultó ser la más bella y lució unos zapatos de oro. Cuando el hechizo terminó -al igual que en la conocida historia- la joven perdió uno de sus zapatos que no mediría más de diez centímetros. Al día siguiente, el emperador comenzó la búsqueda de su dueña. Al llegar a la casa en la que vivía Yeh Shen, la madrastra cortó los dedos de una de sus hijas y le vendó el pie para que encajara en el zapato. Pero cuando su hija se dirigía al palacio empezó a sangrar descubriéndose así el engaño. Lo mismo hizo con su otra hija, pero a ella le cortó el talón obteniendo el mismo resultado. Finalmente, Yeh Shen se probó el zapatito que encajó a la perfección y, de este modo, se celebraron las nupcias con el emperador. Hubo castigo para la vil madrastra.