
Jaime Sabines y su poética esencial
Para esta página el poeta mexicano Jaime Sabines (1926-1999) es uno de los imprescindibles junto con Mario Benedetti, Oliverio Girondo, Idea Vilariño, José Sbarra. Ellos tuvieron la particularidad de hacer poesía con lo simple.
Para Sabines la poesía no era algo especial sino -más bien- todo lo contrario. Era un suceso, un acontecimiento, una ocurrencia de todos los días. Su amor por las letras nació de muy niño y de la mano de su padre Julio Sabines quien le narraba a diario historias al pequeño Jaime, algunas reales de su tierra (El Líbano); otras, no tanto.
Según el propio escritor, su padre carecía de formación literaria y de un nutrido vocabulario, pero tenía algo que pocos poseían a la hora de contar: pasión. La poesía llegó del otro lado de su orilla afectiva: su madre. Ella con tan sólo seis años lo llevaba a reuniones con sus amigas y lo hacía declamar en público.
Sin dudas, los aportes de sus padres no serían en vano. Jaime estudió Lengua y Literatura Española en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Allí conoció a su compañera y amiga Rosario Castellanos. Fue en ese momento que Sabines, con 23 años, comenzó a escribir los poemas que formarían parte de su libro «Horal«, que vio la luz en 1950. A partir de ese momento su vínculo con la poesía no se detendría jamás.

Horal: el juego crítico, filosófico y poético de Sabines
Hay en «Horal» un intento de desentrañar la esencia del hombre. Se busca desmenuzar una intuición, formular una metafísica: “uno es algo que vive”. “Uno es el hombre. / Uno no sabe nada de esas cosas / que los poetas, los ciegos, las rameras, / llaman ‘misterio’, temen y lamentan”.
Si bien la duda dificulta la escritura, hace inútil cualquier discurso: “Nada. Que no se puede decir nada […] ni hablar de soledad, de insomnio, de locura”. Y todo son “Palabras para el fin”.
En «Horal» también realiza reflexiones sobre la condición humana y, en una especie de versión quevedesca contemporánea, dice: “cuando nací moría”. Este verso filoso y/o filosófico no está referido a la brevedad de la vida sino a que nacimiento y muerte son simultáneos; acciones equivalentes. Sabines juega a mostrar lo absoluto y lo relativo en tan sólo un verso corto haciendo que los opuestos se vuelven sinónimos. Presenta un verso que parecería incongruente, pero que por su propia construcción no hace más que plantear la incongruencia de la vida.
Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre algún día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro, […]
(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)
En su primer libro, y con unos veintitantos años, Sabines va a fondo en sus planteos poéticos y, de alguna forma, sostiene que -en algunos casos- el sexo es sólo una forma de llenar el vacío temporalmente, un momento en el que hombre y mujer creen alcanzar el conocimiento, pero se trata sólo de un espejismo, porque el sexo también es muerte: “se van matando el uno al otro”.

El primer amor nunca se olvida
Esa primera producción es la más querida por Sabines. Según él ese libro fue el primer hijo suyo y ninguno de los posteriores pudo jamás llegar a cosechar más cariño de su parte. Con los años llegarían los libros: «La señal«, «Adán y Eva» y «Tarumba y otros poemas«. Esta última producción era un canto narrativo que mostraba la de un hombre frente a la responsabilidad de tener una familia.
Su particular manera de decir y su íntima forma de escribir lo convierten en uno de esos autores que llegan al alma, casi sin escalas. Sus textos proponen viajes profundos sin apelar a recursos complejos ni a palabras sofisticadas. Es uno de los tantos autores que es capaz de hacer una poesía encantadora con -lo mucho o lo poco- que tiene al alcance de su mano. Es de esos escritores que hacen fácil lo difícil y que son capaces de soltar al viento los versos más dulces y convertirlos en el aire en golpes directos a la mandíbula.
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
(Los amorosos)

Poesía, premios y política
Esta forma de escribir lo llevó a ganar en 1959 el premio de Literatura del Estado de Chiapas, el premio Villaurutia en 1972 y el premio Nacional de las Letras en 1983.
Pero no todo fue poesía para Sabines. Parte de su vida la dedicó a la política y a la gestión pública. La cuestión social siempre estuvo presente en él y en sus obras. El otro, la otra, siempre fueron una de sus preocupaciones, o mejor dicho de sus ocupaciones. Hablara de amor, de dolor, de llegadas o de partidas siempre había lugar para la contemplación amorosa del ser humano y para la declaración política -nada solapada-.
Aprendí que el pueblo no tiene un hombre
sino muchos nombres, no tiene una cabeza
sino muchas cabezas,
el pueblo se llama Pedro López, Baldemar,
José Luis, Guillermo, Carlos, Donato,
Arturo, Toño, Eliseo, Lurias, Anita, Rosa,
Pepito, Donaciano, Carmelita, Don Rafa,
Manuel Ángel, Armando; se apellida
Gutiérrez, Castellanos, Rojas, Esquinca,
Ruíz, Estrada, Gómez, Rodríguez,
Pastrana y es Ernesto Gonzáles, Valentín Palacios,
Jaime Fernández, Juan Tamayo,
Gente de carne y hueso, con su casa, con sus sueños,
sus hijos, su trabajo, sus manos,
su ternura, el pan que busca y el que está en su plato.
El pueblo tiene dirección y nombre,
cocina, oficio, corazón, zapatos.
En Primera Poniente, se encuentra el pueblo,
en la calle del cerro o en el patio.
Se le conoce porque siempre tiene unas ganas
enormes de dar algo.
Jaime Sabines fue un hombre capaz de inventar universos amorosos donde hasta los dardos y los puñales llevaban perfumes de rosas. A fines de la década del 80 comienzan las dolencias de salud del poeta, con las que luchó estoicamente durante diez años. En esta etapa el vínculo entre él y Octavio Paz se estrechó. El premio Nobel de literatura acompañó el proceso de Jaime ofreciendo sostén espiritual y afectivo.
El escritor mexicano, sin lugar a dudas, fue un artista popular, sin que esto se convirtiera en una muesca en su calidad poética. Una muestra del amor y el respeto que le tenía la gente fue su presentación en el Palacio de las Bellas Artes realizado el 30 de marzo de 1996. Allí Sabines hizo un recorrido cronológico a lo largo de sus 50 años con la poesía. En esa oportunidad, la gente esperaba en la calle haciendo interminables colas para poder entrar a escuchar declamar al poeta. Las localidades se ocuparon rápidamente y afuera -en la calle- quedaron mares de gente.
Sabines fallece tres años más tarde, un 18 de marzo de 1999 tras sufrir de cáncer.

Lo importante de experimentar
sería experimentar la muerte,
cerrar todas las puertas e
introducirse en lo obscuro y no regresar.
Yo tengo la certeza de que podría en un momento
detener mi corazón, morirme, casi he llegado a hacerlo
pero antes de dar la orden definitiva,
me salta el miedo y ¿quién va a indicarle latir de nuevo?
Hay otro camino más activo y espléndido,
ejercitarse en la pasividad, en la sensación total,
romper de algún modo y salirse de la órbita normal
del pensamiento humano. La muerte es una ide,a
llegar a la anti-idea, ver en la obscuridad,
respirar el vacío, hablar sin articular palabra,
atravesar los muros normalmente, algo así.
Descubrir que lo extraordinario,
lo monstruosamente anormal
es estar breve cosa que llamamos vida.