
García Márquez, «el inventor de fábulas», nos dejó hace siete años
Hay autores a los que la literatura los toma por sorpresa, les prepara una celada. Ese no es justamente el caso de Gabriel García Márquez, el Gabo. Él siempre supo que su destino estaba en la escritura. Fue perseverante y paciente. Pero nunca cauto. Sabía que entre ambos no había obstáculos posibles. Y avanzó hacia ella. Siempre. Hasta cuando pareció estar parado. Y avanzó hacia ella no por elección sino por obligación. Obligación del destino, del Dios de las letras o de alguna otra fuerza poderosa -a la que todos debemos estar agradecidos-.
El Gabo entendía que para él no había otra suerte, y jamás se resistió a ella -como aquél que para no morir ahogado no pelea contra el mar-. En alguna ocasión llegó a confesar: “Yo comencé a ser escritor de la misma forma en que me subí a este estrado: a la fuerza«.

Gabriel García Márquez fue -como él mismo se definió- “un inventor de fábulas”, un creador de universos, un mago sin varitas ni chisteras, que nos hizo viajar a mundos tan creíbles como palpables sin necesidad de despegar los pies del suelo. Sin derramar una solo gota de sangre fue capaz de realizar la fundación de Macondo: un mundo -tan mágico como real- inspirado en Aracataca, la ciudad colombiana que lo vio nacer y donde pasó los primeros nueve años de su vida. Allí fue donde acunó sus primeros recuerdos mágicos; ésos que quizá lo convirtieron en uno de los soñadores más contagiosos del planeta.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de agua diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
«Cien años de soledad», Gabriel García Márquez
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”
Así García Márquez no sólo da inicio a “Cien años de soledad” sino que comienza a fundar en todos nosotros a la aldea más global del planeta: Macondo.

Cien años de soledad: una parábola de Latinoamérica
La novela de García Márquez, Cien años de soledad, comienza con la fundación de Macondo a cargo de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán. Ellos vienen huyendo de otro lugar, Riohacha, donde él había cometido un asesinato. El pueblo, en un principio, asume características utópicas (no hay muertos, no hay leyes, Macondo no figura en los mapas, reinan la igualdad y el respeto, existe una riqueza natural que permite el autoabastecimiento), pero estas características van desapareciendo a causa de las intempestivas incursiones de los «otros».
La estructura familiar es complicada: los personajes no cumplen con su rol sino que, por el contrario, asumen otro que no les corresponde (esposos que son como padres para sus mujeres, hermanas adoptivas que terminan convirtiéndose en esposas, etc.) y aparecen nuevas figuras que no conocen o que dudan de su verdadero origen.
Los personajes femeninos son dominantes y «hacedores». La novela se estructura sobre la oposición de las dos únicas mujeres casadas y con hijos que aparecen: Úrsula Iguarán (figura predominante de la primera mitad de la novela) y Fernanda del Carpio (símbolo de la rigidez y la represión, en la segunda mitad).
La figura del gitano Melquíades es una presencia fundamental, ya que se trata del constructor de esa realidad que viven los personajes de Cien años de soledad.

García Márquez, realista y mágico de nacimiento
Desde pequeño el Gabo había tenido la suerte de vivir en medio de un ambiente mágico. Él mismo decía: «Las mujeres presididas por mi abuela vivían en un mundo sobrenatural. Un mundo fantástico donde todo era posible, donde las cosas más maravillosas eran simplemente cotidianas, pero el abuelo era -probablemente- el ser más concreto que conocí. Sus historias eran las de la Guerra Civil, las peripecias de la política y me hablaba a mí como si yo fuera un adulto. Entonces yo vivía repartido entre esos dos mundos».
De pequeño sentía una fascinación por la intensa vida de Aracataca, pero también en él convivían los miedos y las experiencias difíciles de explicar, como aquel abandono de su madre del que fue víctima antes de los dos años de edad y que lo sumieron en la casa de sus abuelos.
En esa casa debió aprender a vivir entre las historias desgarradoras que contaba su abuelo -donde la muerte siempre era la protagonista-, el coronel Márquez, y el mundo de la abuela donde reinaban la superstición y los fantasmas.
Gabito, como lo llamaban en la familia, estaba atrapado -felizmente- entre esos dos universos los que, de algún modo, fueron los que describió en «Cien años de soledad«.
Según el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez Velandía: “Tardaría muchos años para transformar la realidad de su infancia en ficción. Los temas, los ambientes de sus libros. Las historias de guerra, los fantasmas de su abuela, el mundo, el sexo, el miedo al incesto todo eso tiene su raíz en sus primeros años de vida», cuenta Vásquez. Y agrega: «La soledad y la nostalgia las conoció cuando llegó -en solitario- a Bogotá en 1943.
El realismo mágico latinoamericano
Alejo Carpentier fue uno de los escritores que, junto con García Márquez, formaron parte del movimiento llamado Boom Latinoamericano. El autor expresa la existencia de lo real maravilloso americano de la siguiente manera: «Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de estado límite. Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe.»

El Gabo y su necesidad de escribir
García Márquez, que tuvo una de las plumas más poéticas de la narrativa de este continente, fue un soñador y un militante tan utópico como real. Como sostiene el escritor Juan Gabriel Vásquez: “la vocación literaria nace de algún grado de insatisfacción con la vida o con el mundo. Y la escritura es un intento de subsanar esas carencias”. Quizá por eso García Márquez escribió con tanta voracidad, con tanta sed de cosas justas. Esta necesidad de la que habla Vásquez el Gabo la expuso en cada una de sus obras y de sus acciones y de sus dichos. En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura aprovechó para dejar su sello y dijo:
«Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida donde nadie pueda decir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin, y para siempre, una segunda oportunidad sobre la tierra.»
García Márquez y su discurso en la aceptación del Premio Nobel de Literatura, Estocolmo, 1982