Tal vez el estar de viaje, el cambiar de aire, el sumar lugares a mi caótico catálogo de geografías me haya arrojado a una nueva habitación interna (de esas que no tienen ni ventanas ni claraboyas), la más interna que he conocido. Y allí, como en manada se me filtran los recuerdos del barrio, la esquina del flaco Abel, la queja de un bandoneón, el aroma de los tilos que tiñen de dulce y amarillo las calles, los besos tiernos con sabor a menta que me dio Ana María, el olor a torta que salía del mágico horno de Manuela, los partidos de fútbol que nos inventábamos con Manolo mientras corríamos detrás de una pelota de trapo -a la hora de la siesta- y las aventuras de baqueros que terminaban siempre a los tiros a la salida de la cantina, entre el buzón y la puerta cancel, justo antes de donde atábamos los caballos, en medio del largo pasillo de la casa de la abuela…
(Melancolía)
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