Gerli: el barrio, la familia y la infancia. La nueva obra de Zanlungo
Estela Zanlungo nació en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, Argentina, pero su infancia y adolescencia transcurrieron en la zona Sur del Gran Buenos Aires (en Gerli, un dato no menor en su vida literaria). Es poeta, docente, coordina talleres de escritura literaria y Técnica Superior en Coreografía e Interpretación de Tango (EDTA Lomas de Zamora).
Sus textos poéticos, siempre son íntimos. Su voz literaria apunta bien a fondo dando de lleno en la emoción. Su nueva producción «Gerli«, recientemente presentada en sociedad, es un reflejo de ello. Su mirada sobre la infancia, la juventud, la familia, el barrio y los recuerdos es un espejo en el que -casi- todos podemos vernos reflejados.
Sus libros
Zanlungo lleva tres libros publicados. Su primera producción editada fue «Soñar con agua«, que vio la luz -en 2014- de la mano del sello Del Dock. Por esa obra obtuvo, dos años antes, el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, República Argentina.
El segundo trabajo que llegó a imprenta fue «Los días del Buitre» (La mariposa y la iguana, 2018). El libro fue declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, Argentina, 2018. El tercer material llamado «Los hijos de la jauría» nació en plena pandemia y fue publicado en 2020 por la editorial Vuelta a casa. Ambos trabajos fueron declarados de interés municipal en Lomas de Zamora, Argentina, en 2018 y 2021, respectivamente.
Su hijo más literario recién nacido es Gerli (Lago Editora, 2021) del cuál hoy Estela nos comparte algunos de sus poemas. Su próximo libro, «Casa de buey» (aún inédito), ya es Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes 2021.

La tía dio a su recién nacida
después del último pujo en la cama familiar:
cerró los ojos y lavó su corazón avergonzado,
lo puso a ventilar en la ventana
para calzárselo otra vez
sin que la vieran.
Una chica de quince que desatiende la virtud
pasa la marca de una generación a otra
como un brazo tullido.
Mamá llegó a esa casa y se quedó a dormir,
dijeron no llorés,
es una noche sola
y ella soñó durante meses que su padre volvía
y la llevaba en brazos envuelta en una manta.
Entonces le hicieron un vestido,
le compraron zapatos
y fue a ocupar el podio de la ausente
como una cucharita que se saca
de un juego para completar otro.
Bailó en un pie mi madre,
hasta que el simulacro fue tan cierto
que no hubo nada que explicar:
si es necesario una nena se parece a la otra
casi más que a sí misma.
Al final, todo quedó
en familia y fuimos esos
bichos discretos adentro de una caja
siempre al borde del riesgo de desfondarse.
Con el tiempo a la tía
se le abrió una flor negra en un pezón
que no nos atrevimos a nombrar,
como si el sólo nombre contagiara.
Yo tenía once años;
recuerdo a los mayores hablando a media voz,
mientras miraba mis empeines
desde un lugar del mundo
donde la muerte era soez.
Estela Zanlungo
(Madeja)

Mi ojo deslumbrado
se anticipaba al final del renglón
antes de que la voz llegase a la garganta.
Leer era como asomarse a la puerta
y ver el mar,
todo en letra cursiva,
desde el pupitre de madera.
En el idioma de bailar también
hay un instante previo;
hundir el cuerpo en la arena del aire,
una pisada que nunca se parece
por más que se repita.
Eso: una playa recién tocada
por la espuma que enlazaba las letras
del mismo modo que se reparte el peso
entre los pies.
Mi primer libro de lectura
tenía nombre de instrumento de bronce.
¿Sabías Isadora?
Y si cierro los ojos todavía repica.
Estela Zanlungo
(Las dos lenguas)

El abuelo tenía la costumbre
de tararear el tango Adiós muchachos
con la letra cambiada.
Nosotras admirábamos la fortaleza de sus brazos,
las mangas de la camisa
por arriba del codo en pleno invierno,
la rigurosidad al disponer
las herramientas del galpón.
Los domingos de tarde,
cuando las nenas de seis años
jugaban a tomar el té con las visitas,
él me llevaba a lo más alto de la platea Vitalicios,
desde donde los hombres se veían minúsculos
alrededor de las banderas.
Cuando se terminaba el primer tiempo,
el abuelo sacaba del bolsillo un billete marrón,
que me sobraba
para una tableta de Suflair
más grande que mis dos manos juntas.
Cada tanto, la voz del estadio
Decía Informa Casa Muñoz,
y yo me concentraba en escuchar
porque debía ser algo importante.
El tono del regreso era una incógnita,
pero a veces el abuelo cargaba las tintas
en once perros, once caballos
u once presos.
Estela Zanlungo *
(Avellaneda)
*Para contactar a la autora puede visitar su perfil de Facebook (clic acá) o escribirle a estelz_@hotmail.com