
«Chevrolet 54», un poema de Estela Zanlungo
Los fanáticos de los fierros pueden sucumbir ante un Chevrolet 54. Los que disfrutan de las máquinas de gran porte afirman que hacerlo se convierte en una experiencia inigualable o un «poema» como prefieren afirmar otros. Para los que lo disfrutaron siendo niños se trata casi como de un hogar sobre ruedas. Sus asientos invitaban a viajes asombrosos que permitían ver la ciudad desde una altura poco habitual. Hoy, con el paso del tiempo, se convirtió en un incunable, en una pieza por la cual los coleccionistas llegarían hasta a «embargar sueños».
Estela Zanlungo tiene sus propios recuerdos sobre y bajo de él que se tradujeron en versos y que hoy viven en las páginas de su «Gerli», la última producción de la poeta bonaerense.

La plata llama a la plata, decía mi madre.
Era su forma de explicar
la estrella negra que nos predestinaba.
Ella se había resignado,
y su decreto de la teta a la boca
era verdad
cuando nos despertábamos con el ronquido del motor
que atravesaba el patio
la cocina
las paredes del cuarto
aunque yo me cubriera con la almohada.
¡Ah, el modo en que los niños
nos enterábamos de la parcialidad de dios
al decir de la lengua de los grandes!
Casi siempre, después
llegaba hasta mi cama un rugido,
como la voz de un hombre que viene de estar muerto,
y un ruido de rodar
que salvaba a mi padre sólo por ese día.
Entonces me volvía a dormir
de un modo tan sedoso,
que el dolor en el vientre se pasaba de golpe
y era hermoso creer
que mi mamá se había equivocado.
Estela Zanlungo
(Chevrolet 54)