
Tres textos poéticos para el nuevo año
El tiempo es una invención humana. Una medida que nos lleva hacia delante y que, a la vez, nos ancla en un momento exacto. Establece principios y finales. El capricho de medir el tiempo es el que hace que hablemos de un final y un comienzo de año. Tanto el 31 de diciembre como el 1ro de enero son dos días entre los demás; dos eslabones de una misma cadena. Nada más. Ninguno de ellos cuenta con poderes capaces de predecir el futuro ni de arrumbar en el olvido el pasado. Son nuestra creación -aunque de tanto en tanto lo olvidemos-.
A pesar de todo ello, solemos atribuirles valores, les depositamos deseos y -de algún modo- ponemos en sus manos nuestra futura suerte. Por dos días, o al menos por una noche, dejamos de lado el paganismo y le damos paso a la superchería. Volvemos a ser niños y jugamos con tres deseos a cambiar nuestro mundo y el de los otros.
Rituales de años nuevos
El 1° de enero (según el calendario gregoriano, instaurado por el papa Gregorio XII en 1582) es el comienzo de un nuevo año porque se estima que ese día fue el de la circuncisión de Jesús. Los judíos, en cambio, lo celebran entre el día 1 y 2 del calendario hebreo, en una fecha que oscila entre septiembre y octubre. Lo llaman Rosh Hashaná –día en que, según su tradición, fue creado Adán, “cabeza” de la especie humana–, y en su último almanaque recibieron su año 5781.

Pero antes, cuando América no sabía que era América y nadie le había hecho aún el favor de descubrirla, los aztecas, en su época de esplendor, en el siglo XV, celebraban el solsticio –el momento del año en que el sol alcanza su mayor altura aparente– como el nacimiento de un nuevo ciclo. En la celebración se hacía una figura gigante de maíz tostado y la presentaban al pueblo de Tenochtitlán. Se preparaban platos especiales –en especial, tamales–, tomaban pulque y practicaban ritos corporales y bailes ceremoniales, sin perjuicio de algún que otro sacrificio humano. En aquel entonces, las civilizaciones mesoamericanas se regían por un calendario conformado por 18 meses de 20 días, más 5 sobrantes (mes corto), pero iniciaban el año en fechas distintas; en el caso de los aztecas, era aproximadamente entre febrero y marzo.

Galeano y sus deseos de fin de año
Para un fin de año el uruguayo Eduardo Galeano dejó escrito un brindis que debiéramos compartir todos como una plegaria.
«Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza.
Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.
Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós está diciendo hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”.
Eduardo Galeano
Grigera y su propuesta de exorcizar nuestras miserias
La poeta platense Mabel Grigera, que recientemente fue seleccionada para formar parte de la Antología por los 150 años de Tolosa, nos compartió un bello poema que bien podría ser parte de los deseos de cualquiera de nosotros por fin de año o de comienzo de nuevo ciclo.
Que se quemen los miedos.
No más injustas muertes.
Afuera odio entre hermanos.
Adiós géneros prepotentes.
Chau egoísmos y traiciones.
No más tierra con hambruna.
Hasta nunca corrupciones.
Basta de masas sin cultura.
Me detona el patriarcado.
Apestan las desigualdades.
Sobran cuerpos moreteados,
receptores de brutalidades.
Pongamos todo a calcinar,
es mi anhelo de noche vieja
Conjugando el verbo amar
nuestras miserias se alejan.
Mabel Grigera
(Último día)

La excepción de la regla, el cambio menos esperado, según Murciego
Los cambios suelen ser planteados como la luz en medio de la oscuridad. Lo diferente suele distinguirse del todo como el gorila blanco sobresale de sus congéneres negros. Este poema del poeta y periodista Leandro Murciego se presenta como un deseo más personal, una declaración de principios -de principios de nuevo año-.
Este Año Nuevo voy a cruzar de vereda,
sentir cómo calienta el sol de otro lado del mar,
cambiar todos los rojos por colorados.
Voy a soplar lo más al norte que pueda,
arder tibia y prolijamente,
sin quemar a los demás.
Voy a hacer planes, de los que no sé puedan cobrar,
iré misa a pedir que los pobres “dejen de sufrir”
y haré de esta tierra un lugar donde valga la pena estar.
Este año voy a:
mostrar los dientes,
Emparejarme los pelos del cuerpo
y declararme gorila blanco, en medio de tanta oscuridad.
(“Gorila blanco” -La excepción a la regla-)
Leandro Murciego

