Maria Elvira Gauna es de Esquel, Chubut. Aunque sólo publicó en forma colaborativa con otros compañeros y compañeras de varias provincias del país un libro titulado «La clínica y la gestión de la medicina general» (El trabajo clínico y en gestión en situaciones de dificultad de acceso a servicios, y desigualdades sociales en salud) tiene un interesante recorrido literario y una singular voz literaria.
En esta oportunidad Gauna -que según ella escribe desde siempre y lo hace para poder respirar- nos comparte un texto titulado «El descanso de la escalera» que pasa a integrar el Especial Memoria, verdad y justicia de PAMA (Poesía A Mano Alzada).

¿Hay algo más intrascendente que el descanso de una escalera?
La niña es pequeña y aunque todos le digan que su padre se fue de viaje de trabajo, recuerda perfectamente bien todo aquello que luego el dolor hará bruma confusa. Lo sabe porque estaba allí e intentó evitarlo. Sabe que a su padre se lo llevaron a los golpes y sangrando, contra su voluntad.
Sabe que pasó el tiempo, más no cuánto. Sabe que fue de casa en casa hasta estar a resguardo. Sabe tanto, sabe todo lo que calla, y callando hará callo en la memoria.
Porque los genocidios son eso sobre todo, son silencio.
Pero ayer, ayer la tía le dijo que papá volvía. Y porque quiso creerle fue que cenó, se bañó y se puso esa ropa que tanto le gustaba. Vestida así con la pollera blanca de crochet que le tejió la abuela y la remera con las caras de los cuatro payasos, prolijamente peinada con la raya al costado y una hebillita por todo adorno, se sentó a esperar. Las mujeres adultas de la casa quisieron convencerla de ir a la cama. Nada pudo contra su firme decisión de esperar allí sentada cada minuto de aquella eterna noche. Pasaron las horas, muchas horas que alcanzaron para recorrer milimétricamente el descanso de la escalera, sus paredes anchas, su tragaluz alargado, sus escalones de granito negro, sus paredes verde agua. El pasamano con más de una capa de pintura, los adornitos antiguos del rellano. Quizá se durmió un poquito apoyada contra la pared, quizá no. Fue un tiempo sin tiempo interrumpido por la luz de la mañana, los sonidos de voces allá abajo, y de pasos acercándose. Cansinos, así como era él. Hasta que por fin vio su cabeza, y sus hombros, y su cara y su sonrisa. Y todo él, su padre asomando por el descanso de la escalera y llegando al abrazo, que fue otro tiempo sin tiempo. Seguramente hubo otros sonidos, otros aromas, otras personas, otras palabras. Pero ella sólo recuerda a su padre subiendo la escalera, como en cámara lenta y ella allí, paralizada. Con el corazón golpeando fuerte la garganta. No puede recordar si es que acaso dijo algo, si lloró o si rio. Sus hermanos dormían aún, eso lo recuerda bien. Nada más, sólo la cabeza de su padre apareciendo en el rellano de la escalera. No sabe cómo aparecieron los pocos, los menos que volvieron, pero su padre apareció así, en ese lugar intrascendente y de esa forma inverosímil con un siglo de más en las espaldas, un solo y ensordecedor silencio y varias cicatrices en el cuerpo. El descanso de la escalera sigue allí con su granito negro, su tragaluz y sus treinta y tres escalones, ¿o acaso son 37? No es un descanso de escalera cualquiera. Guarda el sonido de los pasos de un desaparecido volviendo, y del sollozo de su niña esperando.
Maria Elvira Gauna
(El descanso de la escalera)
