Silvia Plath (1932-1963), es una de las voces fuertes de la poesía norteamericana. Sus letras llamaron la atención de manera muy temprana. Los analistas dicen que la complicada relación con su madre, una complicada enfermedad y sus reiterados intentos de suicidio fueron marcando su voz poética.
Silvia nació el 27 de octubre de 1932 en Boston, en el seno de una familia de clase media. A los ocho años fallece -a causa de una embolia pulmonar- su padre Otto (un profesor universitario y uno de los referentes -de su tiempo- de la entomología). A partir de ese momento comienza tanto la tormentosa relación con Aurelia (su madre) como con su poesía.
Los conflictos, la turbulenta relación, madre e hija, la depresión severa y algunos «desórdenes mentales» (según el diagnóstico de la época) llevan a Silvia, con tan sólo 20 años, a intentar suicidarse durante el primero año en el Smith College. Durante un tiempo, cómo parte del tratamiento que le realizaron en el Hospital de McLean recibió electroshock.

Por aquel entonces, ella escribió en su diario: “Es como si mi vida estuviese mágicamente manejada por dos corrientes eléctricas: alegre, positiva y desesperantemente negativa; lo que esté corriendo en este momento domina mi vida, la inunda”.
Según los psicólogos y biógrafos que estudiaron su vida ésta era una descripción elocuente del trastorno bipolar, también conocido como depresión maníaca: una enfermedad complicada para la que no hubo medicamentos realmente efectivos durante la vida de Plath.

Tras su recuperación, Plath regresó a la institución educativa y obtuvo su título con notas brillantes. Su rendimiento académico y tenacidad le permitieron conseguir una beca en Fulbright para estudiar en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Fue allí donde conoció al poeta Ted Hughes (1930-1998), con quien se casó en 1956.

A partir de aquí la vida de Plath toma una inusitada velocidad. En 1960, nace la primera hija de la pareja: Frieda. En ese mismo año Silvia escribe su primer poemario: «El Coloso». Dos años más tarde, nació Nicholas, el segundo de sus hijos. Pero la maternidad no fue un inconveniente para que Plath continuara con la escritura, ya que el 14 de enero de 1963 publicó su segunda obra, la novela «La campana de cristal».
Para muchos, ésta fue la mejor creación de la autora. El trabajo, de carácter autobiográfico, fue firmado bajo el seudónimo de Victoria Lucas y, a poco de su publicación, con él la escritora se convirtió en un ícono feminista.

«La campana de cristal» escrita bajo el seudónimo de Victoria Lucas
Su gran obra
«La campana de cristal» narra la vida de la joven Esther Greenwood, alter ego de Sylvia Plath. A través de un monólogo interior expresa la inestabilidad emocional, siempre colindando con la depresión de la protagonista, que mantiene una lucha continua en su intento por adaptarse a la vida. La obra en sus líneas lleva una fuerte carga de cinismo y una gran calidad estilística.

Desenlace prematuro
Al mes de publicar su obra literaria más importante, el 11 de febrero de 1963, Silvia Plath se suicidó. Escritos recientes dan cuenta que días antes había comenzado a tramitar los papeles para la separación de su marido Hughes. Entre los planes de la autora estaba abandonar a su marido (quien le había sido infiel con Susan Alliston) y marcharse a París, pero la idea del suicidio resultó más fuerte.

La literatura y el reconocimiento
En el instituto es dónde publicó su primer texto, un relato corto titulado «Y el verano no volverá» (And summer will not come again), que vio la luz en la revista «Seventeen». El primer reconocimiento le llegó en 1952 con el relato «Sunday at the mintons».
De manera póstuma aparecieron los libros de poemas ‘Ariel’ (1965), uno de los títulos clave en su bibliografía, ‘Cruzando el Agua’ (1971) y ‘Árboles invernales’ (1972). En 1977 se publicó una colección de cuentos, fragmentos de sus diarios y ensayos titulada ‘La caja De los deseos’ (1977).
En el año 1982 se le otorgó el Premio Pulitzer por su obra poética recogida en ‘Poemas completos’ y un año después aparecieron sus ‘Diarios’ (1982). También ha sido publicado un libro de relatos titulado ‘Johnny Panic y la biblia de sueños’.

Tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
He aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.
Toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
Los indígenas, como el corcho graves,
todos ocupadísimos para siempre jamás.
A sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
Las nubes enarboladas y orondas, encima.
Como almohadones victorianos. Esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.
En otros lugares el paisaje es más franco.
Las luces mueren súbitas, cegadoramente.
Una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
Se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
Vive silente.
Y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
Dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.
El porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
Edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.
Silvia Plath
(Una vida)

No es fácil expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.
No fue eso. Dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. Como ángeles
que lloran por la gente tonta hacen
lágrimas que se congelan. Los muertos
tenían yelmos helados. No les creo.
Me dormí como un dedo curvo yace.
Lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en tomo a mí,
sin comprender. Reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.
Árbol y piedra nítidos, sin sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz sonora.
Yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo.
A una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.
Silvia Plath
(Carta de amor)
*Producción: Leandro Murciego
