Juan Carlos Pozo Block es un artista mexicano, nacido en Mazatlán Sinaloa, que encontró en la literatura y en la música su refugio. Es escritor, músico (compositor e intérprete), cantautor y docente. Desde hace más de quince años vive en los Estados Unidos y allí se desempeña como profesor de Español y de Literatura Hispánica (en la preparatoria Watsonville High y en el Instituto Cultural de Lenguas, Watsonville, California).
Sus textos, tanto los poemas como los cuentos -sin dudas-, dan cuenta de su amor por las letras y de sus preferencias literarias. Miguel de Unamuno y Juan Rulfo se encuentran entre sus autores predilectos y eso se nota. Sus creaciones tienen como protagonistas -en muchos casos- a aquellas personas silenciadas por la sociedad (peones de campo, trabajadores fuera del sistema, inmigrantes, etc), y se convierten en espejos de los conflictos íntimos que estos viven y padecen.
Para él es tan importante lo que se dice como la forma de hacerlo. Sus lecturas literarias públicas están intervenidas por el docente y artista que en él conviven. Éstas suelen ser invitaciones a imaginarios viajes, tan mágicos como posibles.
Sus trabajos literarios
Pozo Block tiene publicadas, hasta el momento, tres creaciones: “En el ombligo de la luna”, “El olvidado asombro” y «Tocara: el andar de un canto”. Actualmente, se encuentra trabajando en «En el lado oscuro del ombligo«, un libro de terror poético, que consta de dos capítulos: un diario y el poemario.

El viernes era el día más esperado en casa. No porque trabajáramos y esperáramos con ansia el fin de semana para salir a desempolvarnos de la rutina. No, si apenas unos cruzábamos la pubertad y otros brincaban aún en las camas.
El viernes era el día que salía el Kalimán.
Deleite mayor no había, que enredarse con el cuento, devorando sus páginas mientras descansaba el cuerpo. (El baño era el escenario perfecto). Todos éramos, en la familia, consumados cuenteros y con devoción de marineros navegábamos por las tempestuosas páginas de ellos. Por los mares heroicos de El Santo, Fantomas y El Payo; por las islas tropicales de los jacarandosos Memín, Chanoc y Rarotonga; por los archipiélagos absurdos del Capulinita y Capuleto y los embrujados mares de Aniceto y Hermelinda; atravesamos las oscuras grutas de las horrendas Tradiciones y Leyendas, El Jinete de la Muerte, o El Caballo del Diablo, y nos desviábamos de la ruta de los Batman y Súperman, muy raras afluentes para nuestro gusto cuentero. Cruzábamos el horizonte ante atardeceres psicodélicos, paisajes de los mafufos, Chamuscados o Súper Sabios; se nos revolvían las tripas en los escabrosos pantanos del morboso Lecumberri (deprimente); y embarcábamos en los puertos de loscuentos“light”, de los lagos diáfanos de Archie, Bugs Bunny, la Pequeña Lulú o Sabrina; pero nada se comparaba con la devoción que nos inspiraba lamajestuosidad del océano más imponente de todos: El Kalimán. México ha sido un pueblo cuentero más que de leedores de libros y Kalimán era el constante best seller de ese mundo. Con él aprendimos a pensar en conceptos diferentes, en misticismo, en mfortalecer y purificar el espíritu; entendimos los viajes astrales y que el tercer ojo no se refería a una deformidad. Su frase tan simple como sabia habla de su equilibrio: “Serenidad y Paciencia, Solín, mucha paciencia”… y seguía…” recuerda que no hay cosa más poderosa que la mente humana y quien domina la mente, lo domina todo”.
Lecciones de humildad y fortaleza.
Nuestro vocabulario se expandió y sofisticó; sería muy raro que hoy en día un chamaco de primaria o secundaria conversara de telequinesis, viajes astrales, telepatía, desdoblamiento del cuerpo, percepción extrasensorial, vamos hasta los insultos fueron regidos por los famosos “sabandija” y “sanguijuela”, que lanzaba en sus amenazas su acérrimo rival: La Araña Negra. Mi hermano Felipe tenía (creo que por desgracia la perdió) toda la colección desde el primer ejemplar. Un verdadero tesoro, sin duda. Ya sabrán: La Araña Negra, El Mundo de Humanón ; Kalimán contra los Dioses del Olimpo o contra su peor pesadilla, Karma (uff, tremendo ese Karma, el real rival de Kalimán), y tantos series que hicieron de los viernes la espera mejor premiada de esos tiempos.
Mi hermano no sólo leyendo, disfrutaba los cuentos, sino que también los pintaba. Quizás haya disfrutado este proceso tanto o más que la lectura.
Kalimán era publicado en color sepia, lo cual le daba un tono de manuscrito antiguo. Mi hermano le agregaba a sus páginas cromáticas aportaciones con elementos extras que generalmente comprendían chorros y chorros de sangre y expresiones guturales, acotaciones muy a propósito del tema y al margen de la impresa burbuja dialogal. No estoy seguro si salpicaba las páginas de sanguinolencia mientras las iba
leyendo, al terminar el cuento, o ambos; pero a mí, la mayoría de las veces ya me tocaba el ejemplar alterado. ¡Ah!, pero cuando en aquellas ocasiones yo a las vivas me escurría para tenerlo primero, entonces sentía un poder especial, un poder muy grande sobre los otros pobres incautos e ignorantes de un contenido tan preciado, de una trama cuyo secreto sólo yo poseía; secretos tan profundos y empoderantes como en qué continuó la historia y, más importante, como el ser el sabedor único de las preguntas clásicas e icónicas del final, guía contextual del siguiente capítulo:
¿Podrá Kalimán deshacerse de la trampa, que le puso el malvado doctor, No?
¿Será este el fin de Kalimán? ¿Cómo librarse de las cadenas que le impusieron los dioses del Olimpo? ¿Caerá Kalimán víctima de la maldición de Tutankamon? ¿Logrará sacar de los escombros con vida a su pequeño y fiel discípulo?
Dios, que tiempos, que cuento. Historias francamente entretenidas, investigadas, muy bien ligadas y con una dosis aguda de suspenso que ya quisieran tantas historias actuales del cine y la novela.
¿Y Solín, su fiel compañero?
El fungió muchas veces como la perfecta excusa para que Kalimán probara sus poderes. Un cuidador de camellos de once añitos que inspiraba ternura por su aparente inocencia; que era constantemente rescatado de las garras de la muerte por su maestro, pero que, a la vez, tenía ya poderes asombrosos. Se comunicaba telepáticamente con Kalimán y se desdoblaba casi a placer. Al mismo tiempo, y a pesar de su aparente fragilidad, Solín era increíblemente valiente, al grado que constantemente exponía su vida por defender a su maestro o a una causa justa. Y a decir verdad, salvó innumerables veces de morir al hombre increíble. Increíble también como movía a las masas. Kalimán fue un fenómeno social. Fuimos al estreno de su película. Un evento social que rompió todos los récords de asistencia (y yo creo que toda la ciudad de México se concentró a la vez en ese cine). Fuimos miembros heroicos de una fila interminable que abarcaba cuadras y cuadras, manzana tras manzana. Entramos a tiempo, milagrosamente. Nos tocó escalera. Buen lugar, muchos la vieron parados a los costados de los muros; otros se sentaban en las rodillas de otro que a su vez se sentaba en las rodillas de quien sí alcanzó lugar. Asientos erigidos de tres pisos; nunca he visto una sala de cine retacada de esa manera. Ahí era el lugar y el momento perfecto para practicar las enseñanzas del hombre increíble.
Serenidad y Paciencia. Pero con Kalimán, irónicamente, lo que uno menos tenía era paciencia. Nos ganaba la ansiedad, especialmente cuando ya era jueves y para mañana habríamos de saber las respuestas que dejaron las interrogantes del capítulo anterior.
¿Serenidad y paciencia?
Apenas el mediodía caía sobre el viernes y el del puesto no acababa aún de desempacar los cuentos que pondría en los estantes, ya estaba alguno de nosotros ahí, esperando el momento para soltar una petición mantenida ahogada por largos 7 días.
“Joven, me da el Kalimán, por favor”.
Juan Carlos Pozo Block
(El Kalimán*)
*Este texto pertenece al libro: Tocará, el andar de un canto
Para contactar al autor podés buscarlo en su perfil personal de facebook o escribirle a su correo electrónico
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