
Fabián Leppez, un poeta social
Fabián Leppez es, por sobre todas las cosas, un poeta comprometido con la realidad social que lo rodea y que lo conmueve. Él no puede, ni quiere, escapar de la coyuntura que lo define y lo atraviesa. Y sus poemas sociales son un claro ejemplo de ello. Leppez habla de la realidad social y económica hasta cuando le escribe a su madre (ver abajo el poema «Retro», dedicado a su mamá Zulema).
Pero su militancia social y cultural no acaba en sus versos. Leppez dicta talleres de poesía social para «Endurecernos, sin perder la ternura» y lleva adelante una editorial: «Ombligo Cuadrado ediciones«, por medio de la cual ya editó a una centena de autores.
Aprovechamos este posteo para darle la bienvenida a PAMA (Poesía A Mano Alzada) a la poesía militante de Leppez. Este posteo llevará dos poemas de su libro «Déjà Vu», poemas autobiográficos.

a Lucho y Sebas
Cuando hablamos del 2001,
recuerdo
al almacenero apostado en el techo de su local
con una escopeta/
las persianas bajas/
y su hijo escoltándolo/
soldados de la barbarie/
A ésa gente que veía impoluta asistir a la iglesia
correr
descascarando al mayorista.
El helicóptero rodando sus espuelas
sobre nuestras cabezas/
una imagen coja de la muerte
y el amigo que pedía por favor
que vuelva Carlos.
El supermercado extranjero carroñado,
sus tripas esparcidas por la vereda
y la sangre apoltronada en las rodillas
del arrebatador.
Cuando rememoro el 2001,
me recuerdo terminando el secundario ensordecido
con la brújula epiléptica tiritándome
en las pupilas
y la navidad tosca/
la navidad tuerta/
La angustia pidiendo permiso para ingresar
en la puerta del cementerio
y el silencio entrando con saliva
como hilo en el ojal
mientras recorríamos varias cuadras
buscando dónde comprar alimentos.
Fabián Leppez
(2001)

a mi mamá, Blanca Zulema
Mi madre siempre fue
un blíster.
Iba jalando uno a uno
los hijos que después
la abandonarían.
Yo he catado también
las tetas que chuparon
mis hermanos y mi papá.
He atravesado las hilachas
de su vagina con mi cabeza cruda.
Hemos sido golpeados por los
mismos puños y me han sacudido
la incomprensión de sus nudillos.
La he visto fregar y colgar
sus calzones destruidos
y su vida igualmente
refregada por el fisco
y destruida por los astros.
He visto a mi madre vestir
todas sus décadas con la misma ropa
mientras nosotros desfilamos
por las pasarelas del infierno
luciendo los diseños más osados
y las zapatillas de capricho
que nunca nos duraban más
de un mes.
La he visto partida en esos
días nublados en que
la plancha no funcionaba
y debía colgar los jeans frente
a la estufa para que no humedezcan.
La he visto carcajearse mirando Susana
y contar con entusiasmo
las novelas trasmitidas por Radiolandia.
La he visto remendar medias insalvables
con foquito y dedal,
amasando ñoquis
con la pata de la mesa floja
y guardar con dulzura
cosas inútiles:
souvenires de 15 años
de no se sabe quién/
tarjetas musicales del día de la madre
descoloridas/
fotos desangeladas
y adornos pegados con La Gotita.
He visto a mamá con moretones inciertos y costras
de guerras domiciliarias.
De las que llevan jugo de naranja
en una botella de Coca Cola,
así es mi mamá.
Estirando las sobras para que
no falte.
Haciendo, de un ingrediente,
tres alimentos.
No es solamente
el olor a tintura lo que
nos acerca a ella.
Es el cuento que siempre
esperábamos mientras
hacía cuentas en la cocina
frente a las boletas
y es la angustia de que algún día
ante un cuadro de su
sonrisa embalsamada
sólo podamos recordarla.
Fabián Leppez
(Retro)
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