Hace tan sólo unos días, el suplemento ADN cultura del diario La Nación de la Argentina publicó en su sección Final Abierto, que lleva adelante Verónica Chiaravalli un texto sobre Leopoldo María Panero que acá lo comparto con ustedes.
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Leopoldo María Panero falleció el 6 de marzo, a los 65 años, en un hospital psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria. En ese tipo de instituciones había pasado más de cuarenta años y escrito gran parte de su obra, alternando períodos de libertad con internaciones y hasta una temporada en la cárcel durante el régimen de Franco. Tal vez por eso dijo hace poco: «Siempre he vivido en el infierno».
Hijo del poeta Leopoldo Panero y la escritora Felicidad Blanc; hermano de Juan Luis (también poeta) y de Michi (escritor inédito y agitador cultural de la movida madrileña posfranquista), Leopoldo María integró junto con Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix y Ana Moix, entre otros, el renovador movimiento de los «nueve novísimos poetas españoles», bautizados como grupo por José María Castellet en su antología homónima de 1970. En todos ellos Castellet encontraba una voluntad de ruptura estética con sus antecesores y una gran libertad para experimentar con las formas y los temas de la poesía.
La difícil vida de los Panero quedó registrada en el film El desencanto (1976), dirigido por Jaime Chávarri. Entrevistas con la madre y los hijos (el padre ya había muerto) van revelando un complejo entramado familiar hecho de mezquindades, carencias afectivas, crueldades verbales, adicciones y locura. Muerto el padre, se precipita la decadencia económica y espiritual de la casa. El film hace pensar en La omisión de la familia Coleman , drama teatral (mucho más reciente), de Claudio Tolcachir, sólo que en la obra de Chávarri no hay semilúmpenes sino burgueses cultos. Entre la andanada de reproches que los hijos le hacen a la madre, Leopoldo recrimina, dolido, que ante un intento de suicidio «de opereta», Felicidad lo haya internado en un sanatorio para ahorrarse el trabajo de intentar comprender qué era lo que le ocurría a su hijo, en qué radicaba su sufrimiento. Aquélla fue la primera de una serie de internaciones en las que se sucedieron diagnósticos de males que iban desde la esquizofrenia hasta los perjuicios que le ocasionaba el consumo de alcohol y de drogas. Sobre todo esto Panero escribió.
Último de su estirpe (madre y hermanos ya han muerto), a su legado artístico se suman escritos inéditos que Leopoldo dejó en una caja. Allí, además de poemas, se encontraron artículos sobre psiquiatría recortados de diarios y un breve ensayo titulado «La palabra ‘esquizofrenia’ y la destitución del sentido», basado en su experiencia con los tratamientos que le aplicaron. También, en un papel que lleva el membrete de un centro psiquiátrico, mecanografió:
«Un ciervo herido es el que más salta
lo oí decir a un antiguo cazador
no es sino por el éxtasis de la muerte
que actúa el freno»
Fuente: diario La Nación