Appel rejeté o desestimar la apelación es una de las tantas muestras de aislamiento forzado. Desestimar la apelación es una suerte de hacer oídos sordos a un pedido o reclamo (justo o no tanto). Es imponer un poder sobre otro (sea amatorio, político o económico). No desde lo legal, pero sí desde lo poético es confinar a un otro a un destino que jamás hubiese sido elegido.
Julio Cortázar dejó en su libro «Salvo el crepúsculo» quizá, su recorrido literario más libre. Sus ganas de jugar y decir a boca suelta todo aquello que en verdad tenía ganas. Para aquel entonces, él sabía que nada o nadie ya cambiaría su imagen pública, que ella no sería ni mejor ni peor. El amor y la experiencia lo llevaron a puertos, en algunos casos, hasta por él desconocidos. Hoy aquí compartimos uno de los poemas de este libro que ocupa un lugar de privilegio afectivo en nuestra biblioteca poética.

Patio de la prisión de Santé
No es la previsión del filo que me apartará de mí mismo,
ni la sospecha científicamente desmentida del después.
Lo que venga vendrá,
y no vendrá nada, y es mucho.
Pero que toda la raza esté durmiendo a esta hora,
que el patio al alba con paredes y paredes
no contenga más que a los infames testigos
que callarán el ruido dulce de mi sangre,
que no haya verdaderamente un hombre ni un árbol,
ni siquiera luz en la ventana
porque no habrá ventanas,
que esto vaya a ocurrir entre sombras furtivas y miradas al suelo
mientras mi raza duerme cerca de este pedazo de sí misma.
No, no es la previsión del boca abajo, el ínfimo terror
que me reventará los nervios como látigos
en esa eternidad en que el triángulo desciende,
ni la sospecha de que todo puede no acabar ahí,
ni el grito que su sola cuenta me abrirá
estúpidamente la boca.
Pienso en tambores enlutados
en una procesión penitencial entre dos olas grises
de puños y de bocas vomitando mi nombre,
en ojos como lenguas, en uñas como perros,
la raza ahí, y el sol, infatigable espectador de espectadores,
y poder ser valiente para algunos, y creer
que ese balcón cerrado guarda una lástima y un rezo,
unido en la irrisión y la blasfemia,
sangre de sangres, víctima de víctimas,
despedazado por mí mismo en cien mil manos.
No este trance de sorda madrugada,
este cuello desnudo para nadie.
Julio Cortázar
(Appel rejeté)