Cris fue uno de los amores de Julio Cortázar mientras vivió en París. Amor que no pudo ser, amor imposible y tangible a la vez, amor que le correspondía a otros, amor ciego aunque sea por una noche.
Cristina Peri Rossi fue la destinataria de estos cinco últimos poemas. Éstos forman parte de una especie de tríptico que se encuentra en el libro «Salvo el crepúsculo» del gran Julio Cortázar.
Para PAMA, estos últimos poemas resultan los más fascinantes de la trilogía por varios motivos pero, en cada uno de ellos y de diversas formas se manifiesta un adiós, un basta para mí basta para todos.
El amor se escribe, el poseer se sueña, el corresponder queda relegado a lo mitológico y, finalmente, el deseo queda en manos de un ciego como Tiresias. Nada es casual. Tiresias fue una especie de profeta mediador entre los dioses y los hombres. Su ceguera fue un don concedido por diosas griegas para ver el futuro. En algunos de estos textos, el yo poético desea fervientemente esa virtud para poseer a su amada pero, irremediablemente, conoce su destino de unicornio. Ovidio en «La Metamorfosis» cuenta que el ciego sorprendió a dos serpientes apareándose. Por ello, usó su bastón para separarlas y una de ellas se convirtió en mujer y la otra, la hembra, murió. Nada más precisa que la metáfora empleada para dar cuenta de que los Hados jamás verían en Julio y Cristina una pareja, ni siquiera de serpientes.
Este posteo forma parte de una trilogía que consta de 15 poemas para Cristina. Para leer los otros diez textos que Cortázar le dedicó, podés entrar en «Cinco poemas para Cristina» y «Otros cinco poemas para Cris»

1.
Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.
2.
Anoche te soñé
sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala.
Ella desnuda en pórfido,
tú tersa piel desnuda.
¿Qué ofrenda le tendías a la deidad salvaje
que miraba a través de tu mirada
un horizonte eterno e implacable?
La taza de tus manos contenía
la libación secreta, lágrimas
o tu sangre menstrual, o tu saliva.
En todo caso no era semen
y mi sueño sabía
que la ofrenda sería rechazada
con un lento rugido desdeñoso
tal como desde siempre
lo habías esperado.
Después, quizá, ya no lo sé,
las garras en tus senos,
colmándote.
3.
Nunca sabré por qué tu lengua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
4.
Quisiera ser Tiresias esta noche
y en una lenta espera boca abajo
recibirte y gemir bajo tus látigos
y tus tibias medusas.
Sabiendo que es la hora
de la metamorfosis recurrente,
y que al bajar al vórtice de espumas
te abrirías llorando,
dulcemente empalada.
Para volver después
a tu imperioso reino de falanges,
al cerco de tu piel, tus pulpos húmedos,
hasta arrastrarnos juntos y alcanzar abrazados
las arenas del sueño.
Pero no soy Tiresias,
tan sólo el unicornio
que busca el agua de tus manos
y encuentra entre los belfos
un puñado de sal.
5.
No te voy a cansar con más poemas.
Digamos que te dije
nubes, tijeras, barriletes, lápices,
y acaso alguna vez
te sonreíste.
Julio Cortázar
(Cinco últimos poemas para Cris)

Pero no soy Tiresias, / tan sólo el unicornio / que busca el agua de tus manos