
«La ciudad sitiada» de Inés Barrio
La cuarentena, en un principio, fue dejando vacía la ciudad. Como ella, nos fuimos aislando hasta hacer de la distancia social la medida más acostumbrada. Con el correr de los días y el avance lento, pero persistente, de la cuarentena hasta los recuerdos parecieron ser sitiados.
Pasó el tiempo. Primero fueron días; luego, semanas; más tarde, meses; y luego parecieron años. Este encierro -que primero fue sugerido; luego, elegido; y más tarde, obligado- se fue haciendo carne.
Fue allí cuando comprendimos que aquello de lo que tanto habíamos renegado estaba entre los que más deseamos y amamos. Aquí, un nuevo texto de Inés Barrio que habla, de alguna manera, de estas pequeñas cosas.

En la ciudad sitiada, apenas recordamos cómo había sido la vida que llevábamos, los gestos que habitábamos, los pasos, el tiempo que como una sábana de hilo limpiamente extendida, se abría cada mañana a la escritura.
Nunca antes había sido hoy y nunca se había vuelto tan inhumana la soledad de las estatuas en los parques.
Pensé que era una pena no haber comprendido que todo lo necesario estaba allí, había estado, con su imperfecto modo de estar, con su sórdida, inigualable belleza.
En la imaginación, son gemas relucientes los semáforos.
Los andenes de adormecida espera, soberbios acantilados.
Sinfonías y adagios las sirenas de las patrullas, ángeles grises las palomas.
Ah… ¡la ciudad sitiada!
La certeza de las cosas pertenece a las cosas, emana de ellas más allá de nosotros, cómo ruge el mar aunque nadie lo escuche, o perfuman las amapolas en los campos solitarios, sin que nadie las huela.
La certeza de la libertad se había quedado adherida a las cosas en la ciudad sitiada.
La memoria de la libertad, la impronta de la libertad.
Más allá de nosotros, que nos quedamos mirando el espectáculo, absortos, extramuros.
Inés Barrio
(La ciudad sitiada)