Oliverio Girondo nació un 17 de agosto de 1891. Durante la década del ’20 fue uno de los representantes de la vanguardia literaria de Buenos Aires, junto con Jorge Luis Borges y otros grandes artistas pertenecientes a la corriente artística elitista: el Grupo de Florida.
En estos tiempos de Cuarentena y Covid 19 pasamos por todos los estados de ánimo posibles y, no es casual, que las catarsis se realicen por un mecanismo conocido por todos: llorar. Pareciera que las lágrimas limpian, lavan, curan, alivian. Y Girondo dio con la clave en 1932 con su propuesta de llorar; pero no de cualquier modo sino «Llorar a lágrima viva«.
Hoy, en su natalicio, PAMA rinde homenaje a Oliverio Girondo, el gran rupturista, presentando su poema. Además, otro de Leandro Murciego quien, en su libro Identidad (publicado en 2015), le dedicó al escritor «que, con pocos versos, sembró un interminable mundo de imágenes en mi cabeza», pero proponiendo otra fórmula: la risa.

Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.
Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo…
si es verdad
que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.
Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Oliverio Girondo
(Llorar a lágrima viva)
Reír a chaparrones,
a océanos, a ríos,
a cataratas y a desiertos,
hacerlo solo y acompañado
con una y por todas.
Reír por todas las veces en las que lloramos
a mares, a médanos, a playas de estacionamiento;
a caracolas, a aguasvivas y a aguas-muertas.
Por todas las veces que descosidamente
lloramos a corazón partido,
a lágrima suelta, a moco tendido.
Reír desde la noche hasta la aurora
y sentirte hiena por un momento y hacerlo sin culpas.
Reír hasta que se caigan los dientes,
hasta que broten las lágrimas,
hasta que los riñones digan «basta»,
hasta que el intestino delgado se haga grueso;
y dejar que se propague por el cuerpo.
Reír con razón y sin ella,
por causa y por efecto.
Hacerlo de pantalones cortos y al oído,
de pantalones largos y a los gritos
(o de anorac y al teléfono).
Reír en nombre del padre, del hijo,
del espíritu y del santo;
reír por todos los santos, por todos los niños,
por cada una de las vírgenes y por las putas,
(en especial por ellas) y por nosotros
(que no somos tan distintos).
Reír por los días hábiles y por los otros,
hacerlo a dos manos, a cuatro vientos,
a siete mares y dejar que nos asesine la risa,
que lo haga a quemarropa, a mansalva,
que nos ejecute fríamente.
Morir de risa y seguir riendo hasta parirnos
porque vivir no es más que eso.
Leandro Murciego
(Morir y parirse riendo)