
El cuento semanal de André. El Wi-Fi. Un celular. Un portero eléctrico. Y un encargado
En este tiempo de Coronavirus y de aislamiento social hay cosas que en nuestras vidas se convirtieron en vitales. A modo de ejemplo, pensemos en las sensaciones y emociones que nos invadieron cada vez que se cortaba la luz o nos quedábamos sin Wi-Fi en nuestros hogares o que, por algún motivo, teníamos algún inconveniente con el paquete de datos. Sin ellos, aparecían -en muchos casos- las ideas de encierro y hasta de ahogo.
La nueva columna de André Demichelis habla de todo esto (y más). Hoy presentamos: Cuarentena. Un celular. El Wi-Fi. Un portero eléctrico. Y un encargado de edificio emocionado por el reconocimiento.

me quedé sin datos en el celular y estaba aburrido, quería charlar con alguien. Bajé a la entrada del edificio. “Hola” le dije al portero. No contestó. Lo miré “Ey” dije “hola”. Nada. Lo toqué.
—¿Quién es? -dijo.
—Andrés, del 6to.
—¿Qué querés?
—Charlar -dije- dicen que el portero es buen conversador.
—Éste es el portero eléctrico -dijo-. El encargado es el que charla mucho.
—¿Usted en qué piso está? -pregunté.
—5to.
Tuve una idea:
—Me quedé sin datos -le dije- ¿me pasarías tu contraseña de wifi?
—Andrés el apocalipsis se aproxima.
—¿Todo junto?
—APOCALIPSIS en mayúscula. Y Andres sin acento.
Subí a casa. Puse la contraseña y agarré wifi. Me llegó un audio de WhatsApp: “Andrés!” decía “soy el encargado. Estoy en la terraza, tenés que venir a ver esto”. “No aguanto el encierro” contesté “Quiero salir a la calle”. “¡NO SALGAS!” gritó “No pienso desinfectar tu pasillo”. “¿Cómo?” “¡Lo que escuchaste!” dijo “Nopiensodesinfectartupasillo. Es el wifi de la terraza, venite, acá podes chatear”.
Me convenció. Subí a la terraza y vi al encargado arriba del tanque de agua. Miraba el horizonte. “Andrés” dijo “escucha”. Empezaron a sonar aplausos, de los balcones, las casas, los patios. Eran las 9. Aplaudían de todos lados. Los aplausos nos envolvían. A él le caían lágrimas de emoción. “Nos aplauden a nosotros” dijo “a los encargados de edificios. Por desinfectar los pasillos y picaportes. Por no dejarlos salir. Por cuidarlos”. Lo vi tan sensible, y el pasillo olía muy rico a Poett y Ayudín. Lo empecé a aplaudir: “¡BRAVO!”. “Gracias” susurró. Metió sus dedos en el bolsillo del mameluco y extrajo un bollito de papel: “Esto es para vos” y me lo revoleó. Eran las expensas. Y me sorprendí. “¡Están pagas!” exclamé feliz. “¿Viste?” dijo “así no salís a pagar. En el edificio estás tranquilo”.
André Demichelis