
Artaud. La tragedia y el drama. Y el presagio de la peste
Un 4 de septiembre de 1896 nacía en Marsella, Francia, Antoine Marie Joseph Artaud. Su vida estuvo signada por episodios crueles y trágicos que, inevitablemente, lo llevaron a recorrer el mundo de lo artístico desde una perspectiva desgarradora, impetuosa, controvertida y hasta execrable.
Quién fue Artaud
Para algunos, Artaud quedó en la historia por sus letras; para otros -que no son pocos-, por su intervención en el universo del teatro. Pero lo que no deja lugar a dudas es que su paso por el mundo dejó huellas y banderas de todo tipo que lo convierten en uno de los íconos artísticos de Francia.
Antonin Artaud fue un poeta, novelista, ensayista, dramaturgo, actor y director escénico francés, creador del estilo del teatro de la crueldad, que sentó las bases para lo que hoy se conoce como el teatro del absurdo.
Qué es el teatro de la crueldad
En la actualidad hay, en todo el mundo, una gran cantidad de cultores del teatro de la crueldad. El estilo creado por Artaud -que busca en su esencia alcanzar la universalidad-, minimiza la palabra hablada y se apoya en movimientos físicos y sonidos inusuales. Otra de las características de este estilo teatral es la eliminación de las disposiciones habituales de escenario y decorados.

Artaud, personaje de un drama
La vida de Artaud estuvo signada por la tragedia y el drama, mucho antes de que éste conociera el mundo del teatro. A los 4 años contrajo meningitis que, según los estudiosos, dejaron en él secuelas que lo llevaron a comportamientos nerviosos y estados de irritación. A partir de ese momento, y como consecuencia de la paranoia y fuertes dolores físicos, pasa por largos estadíos en sanatorios mentales. La muerte de su hermana Germaine, siendo él tan sólo un niño de 9 años, lo lleva a dedicarse fervientemente al catolicismo que lo hará fluctuar entre un ateísmo declarado y la devoción excesiva.
Según lo manifestó en una conferencia en 1943, Artaud ya era «consciente» de sus tormentos:
“En mi mente circulan muchas cosas, en mi cuerpo no circula otra cosa que yo. Es todo lo que me queda de todo lo que tenía. No quiero que lo tomen para meterlo en una celda, echarle encima una camisa de fuerza, atarle los pies a la cama, encerrarlo en un sector del asilo, prohibirle que salga nunca, envenenarlo, molerlo a golpes, hacerlo ayunar, privarlo de comer, adormecerlo mediante la electricidad, con la columna vertebral escindida en dos, la espalda apuñalada de dos golpes de cuchillo, ya es demasiado y más que demasiado, las cosas han llegado a un punto en que la cuestión se cae, cae por su propio peso, y como explicación ulterior ya no puede haber otra cosa que la bomba o el cuchillo.»
En 1920 se radica en París para iniciar su carrera como escritor. Allí conoce a André Breton quien lo guiará en los pasos por el Surrealismo. Comienza entonces a montar espectáculos teatrales que resultan ser un fracaso y que, paradójicamente, sientan las bases del gran movimiento denominado Teatro de la crueldad.
Crueldad y drama: dos constantes en su vida y en su arte
Nuevamente la crueldad hace mella en el escritor al pensar a la obra dramática como un arte para afectar, movilizar desde lo más asqueroso e impensado de la naturaleza humana. Es que, para él, “Toda escritura es una cochinada” y no es ilógico que no se conforme, que se manifieste -aunque duela y provoque repulsión- toda su discrepancia con un modo y estilos únicos y homogéneos de expresión. Cuestiona al arte desde el arte mismo: ésa fue su vanguardia.
La peste, la pandemia y el virus
En su obra «Le théâtre et son double» («El teatro y su doble») plantea las bases del movimiento teatral denominado teatro de la crueldad. Y allí, como anticipándose a este presente pandémico que nos acecha, habla acerca de la peste con la presencia de un virus que azota a las sociedades (y que, en muchos casos hasta se cuestiona su existencia).

…»y con la llegada de este virus y su difusión por la ciudad se inicia la fase particularmente atroz y generalizada de la epidemia.
(…)
«algunos antiguos tratados médicos, describen exteriormente toda clase de pestes, prestando aparentemente menos atención a los síntomas mórbidos que a los efectos desmoralizadores y prodigiosos que causaron en el ánimo de las víctimas. Probablemente tenían razón. Pues la medicina tropezaría con grandes dificultades para establecer una diferencia de fondo entre el virus de que murió Pericles frente a Siracusa (suponiendo que la palabra virus sea algo más que una mera conveniencia verbal) y el que manifiesta su presencia en la peste descrita por Hípócrates, y que según tratados médicos recientes es una especie de falsa peste.»
Antonin Artaud
(Fragmento de «El teatro y su doble»)