
César Vallejo y el arte de romper reglas
César Abraham Vallejo Mendoza fue un poeta y escritor peruano nacido un 16 de marzo de 1892. Sus rasgos morenos y su tez oscura tienen origen en su ascendencia: abuelas indígenas y abuelos españoles. Tanto sus padres como sus abuelos querían que se dedicara al sacerdocio. Y lo hizo. Pero no al religioso sino al literario. Su corta vida -murió con tan sólo 46 años- la dedicó a rendirle culto a las letras. Sin embargo, la preocupación religiosa se manifiesta en sus producciones y, hasta podría decirse, marcan a fuego al escritor como un presagio de su caótica y dolorosa vida:
«Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.»
(Final de poema ESPERGESIA)

Los amores truncos de Vallejo
César Vallejo estuvo en pareja con varias mujeres. Fruto de esas relaciones nacieron incontables poemas que dan cuenta de su profundo amor y tristeza por sus pérdidas.
Su primer gran amor data de 1916 cuando, al ingresar en el ámbito intelectual del Grupo Norte, conoce a María Rosa Sandoval. Esta relación duró un año ya que ella decide «abandonarlo» con la excusa de un viaje a las sierras de Perú. Años más tarde se supo que la determinación de alejarse del poeta fue porque no lo quería entristecer con su enfermedad mortal: una tuberculosis que terminó con su vida en 1918. María Rosa fue la inspiradora -junto con la madre del escritor cuyo nombre también era María- de varios poemas del libro Los heraldos negros (escrito entre 1915 y 1918).
En 1917 conoce a Zoila Rosa Cuadra -una muchacha de 15 años- a quien Vallejo bautiza con el apodo de Mirtho en honor al personaje principal de la novela Afrodita de Pierre Louys. Con ella sostiene un apasionado y corto romance. Vallejo siente tanta frustración frente al fracaso de esta relación que intenta suicidarse. Felizmente, es convencido por sus amigos para retomar sus estudios y conseguir su doctorado en Letras y Derecho. Para ella, estos versos:
«Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
Se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
Y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.»
En 1918, mientras escribía Trilce, llega a su vida Otilia Villanueva quien será «nombrada» en este libro más de una veintena de veces. El más emblemático, sin lugar a dudas, es el poema XIII donde hace mención a lo íntimo:
«Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra.»
Un poeta político
En 1923, deja su Perú natal para radicarse en Europa. Tras años de escribir, relacionarse con personalidades como Miguel de Unamuno, Rafael Alberti y Federico García Lorca, afiliarse al partido comunista español, César Vallejo plantea y profundiza acerca del rol del escritor como una posible voz en alza frente a las injusticias que devienen de las desigualdades sociales. Es por ello que se ha ganado el mote de poeta político. Así es como en 1931 sale a la luz su novela proletaria Tungsteno que trata sobre la explotación de una comunidad indígena.
Entre 1920 y 1930 escribe un ensayo titulado El arte y la revolución que no consiguió publicar en vida ya que para las editoriales españolas encerraba un alto contenido marxista y revolucionario. De aquí se desprenden varias concepciones que definen a la literatura y sus creadores, entre otras cuestiones:
«El poeta profetiza creando nebulosas sentimentales, vagos protoplasmas, inquietudes constructivas de justicia y bienestar social.» (pág. 45)
«Un poema es una entidad vital mucho más orgánica que un ser orgánico en la naturaleza. A un animal se le amputa un miembro y sigue viviendo. A un vegetal se le corta una rama y sigue viviendo. Pero si a un poema se le amputa un verso, una palabra, una letra, un signo ortográfico, muere.» (pág. 62)

La gramática socialista
Si bien la trayectoria lírica de César Vallejo inicia dentro del Modernismo, es considerado uno de los poetas de habla hispana más importante que tuvo el Vanguardismo del siglo XX. Su quehacer poético rechaza el dogmatismo literario y se caracteriza por romper con un orden lingüístico para, justamente, alcanzar la libertad plena. En su libro El arte y la revolución deja bien en claro esta aspiración:
«La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta cambiar, en cierto modo, la estructura literal y fonética de una misma palabra, según los casos. Y esto, en vez de restringir el alcance socialista y universal de la poesía, como pudiera creerse, lo dilata hasta el infinito. Sabido es que cuanto más personal (repito, no digo individual) es la sensibilidad del artista, su obra es más individual y colectiva.» (pág.64)

Y el carácter disruptivo se deja ver, fundamentalmente, en su libro Trilce donde la experimentación con las reglas gramaticales y ortográficas adquieren su razón de ser.
«VUSCO volvvver de golpe el golpe.» (poema IX)
«Escapo de una finta, peluza a peluza.» (poema XII)
«Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.
¡Odumodneurste!» (poema XIII)
«999 calorías.
Rumbbb… Trrraprrr rrach… chaz
Serpentínica u del bizcochero
engiralada al tímpano.» (poema XXXII)
Vallejo expresó en relación a este libro luego de su publicación en 1922:
«El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás…»
Menos humano que el hombre
Luego de su muerte, se publicaron dos de los que, para la crítica, resultaron los mejores poemarios de la estética vallejiana: España, aparta de mi este cáliz y Poemas humanos. En ellos Vallejo canta al pueblo en lucha, al absurdo de la guerra -por la Guerra Civil española- y la deshumanización del mundo moderno.
Al fin de la batalla,
y muerto ya el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
“No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate, hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
César Vallejo
(Masa)