En el principio Dios creó los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Flotaba.
Dios dijo: «Que haya luz», y hubo luz. Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad. Dios llamó a la luz «día» y a la oscuridad «noche». Llegó la tarde y después la mañana. Y así pasó el primer día.
Seis largas e intensas jornadas le llevó crear el mundo. Nunca se detuvo. En silencio y sin grandes ostentaciones siguió con su trabajo de cientos o miles de años. Pasó mucho tiempo, hasta que un día decidió divertirse, calzarse los cortos, y comenzó a dibujar lágrimas y sonrisas. Y por unos años, tan solo por unos años, jugar a la pelota.
Siempre flotó.
Nunca le temieron a él las flores;
sí, las arañas y los ratones.
Cuando salió a la cancha,
lo hizo sin escudos ni yelmos,
respiró hondo,
se infló el pecho,
se encomendó a él
y pidió a los santos y pecadores
alcanzar, en vida, la gloria.
Sabía que el camino estaba repleto
de piedras, tapones y espinas;
que no faltaría aquel
que estuviese dispuesto a llenarlo de clavos
y a medirle los maderos.
Se persignó,
levantó la cabeza,
cerró bien fuerte los ojos
y se miró tierra adentro.
Después todo fue polvareda.
Inventó caminos.
Se convirtió en barrilete
y hasta sopló el viento
para poder levantar vuelo.
Leandro Murciego
(Imagen y semejanza)*
*el 20 de octubre de 1976, diez días antes de cumplir 16 años, Diego A. Maradona debutó en la primera de Argentinos Juniors. El 25 de noviembre de 2020 falleció el mejor jugador de todos los tiempos.
Diego Armando Maradona
